(“ABC“/MADRID, jueves 28 de marzo de 2013)
No es Zamora, ni Murcia, ni Málaga o Sevilla pero suena igual y huele lo mismo: a primavera mezclada con incienso y almidón de tela recién planchada. Hay un Madrid Pasión igual que un Madrid Fusión, otro Confusión y casi siempre Manifestación. Pero ahora lo que tocan son tambores y trompetas que anuncian tardes de tronos y pasos en los que unos cofrades se echan a Dios al hombro porque es demasiado peso para llevarlo una sola persona sin ayuda. No hay cruz sin Cirineo, esto nos lo dejaron claro los evangelistas, de ahí los cortejos que llenan la calle.
No es tampoco Valladolid o Cartagena de romanos con casco de plumas pero Madrid siempre ha tenido unas procesiones cargadas de estética barroca como manda la tradición de la primera luna llena de primavera. El mas venerado es un nazareno de manos atadas y túnica solemne, Jesús de Medinaceli, que pasa delante de las puertas del Congreso dónde alguna falta les hace “purgar penitencias”. También hay una Macarena que sigue a Jesús del Gran Poder por el Madrid de los Austrias como si buscara calle Sierpes de Sevilla, y una cofradía joven que es un Cristo de los Gitanos que cada vez que entra por Carmen hacia Sol parece que dobla la esquina de La Campana. Un “moreno” al que llaman señor de la Salud.
Las procesiones son el gran auto sacramental que nos queda en la calle, la representación según nuestro punto de vista de lo que sucedió tras lavarse Pilatos las manos. Tienen algo de folklore de tacón, peineta y mantilla pero también mucho de Fe sincera, la que se ve en las caras que comparten dolor y sangre con el ecce homo coronado con infames espinas.
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