(“OTR“/EUROPA PRESS, miércoles 13 de marzo 2013)
Pasaron las exequias, los funerales de Estado, los discursos a pie de féretro y las lágrimas que encharcaron el suelo, pero el cadáver de Hugo Chávez sigue ahí como el dinosaurio del cuento de Monterroso. Nicolás Maduro decidió que el espectáculo del muerto debía de prolongarse durante unos cuantos días mas y lo consiguió pero ahora nadie sabe qué pasa exactamente con Chávez: demasiado tarde para ser embalsamado y demasiado pronto para ser expuesto en el Museo Histórico de la Revolución Bolivariana, (dónde son llevados los restos de los dirigentes trascurridos veinticinco años después de su muerte).
Los jefes de Estado que participaron en el funeral se han vuelto, los botes de ambientador y los ventiladores se han agotado en las colas que se forman en Caracas para ¿ver? al comandante: ¿hacía falta este show macabro para honrar a una persona? Por muy perverso que haya sido uno en vida al menos tiene garantizado el descanso en la eternidad, ¡hasta las deudas se extinguen con la muerte de la persona! La revolución bolivariana no tiene solucionado este aspecto macabro de la trascendencia y en adelante todo lo que sea prolongar el entierro de Hugo Chávez se convierte en un acto tremebundo que horripila hasta al mas feroz de sus enemigos. La solución de convertirlo en momia es mucho peor porque puede acabar en un sótano como la de Lennin o en el macro-hall de un casino de Adelson en Las Vegas entre canciones de Elvis y discursos grabados de Fidel Castro. Por cierto que la frase “la Historia me absolverá” es de Fidel, (pronunciada en el juicio por el frustrado asalto al cuartel de Moncada). Aquello le quedó muy redondo y revolucionario pero viendo lo que han hecho con su amigo Hugo Chávez ya puede ir acuñando la sentencia: “la Historia me enterrará” que se antoja mas práctica llegado el caso.
Lo curioso es como regímenes de perfil laico llegado el momento les entra una vocación religiosa para encumbrar a sus líderes a la eternidad y pretenden embalsamar a Chávez como si fuera un Papa de Roma. Las pompas decretadas por Maduro superan en cultos y misas al Cónclave iniciado en El Vaticano. Aquello de que polvo somos parece que no va con los grandes líderes mundiales, a una vida de “sencillez” le continúa un boato fúnebre que es de vergüenza ajena, (y añeja).
El muerto ahumado cuando se trata de un alto mandatario se convierte en una tragedia nacional. Naciones Unidas debería redactar un protocolo para estos casos, bien está que se le rinda culto al líder pero tampoco es cuestión de pasear sus restos a ritmo de guaracha y salsa. Un poco de piedad con los muertos: hagan el favor.
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