(“Las Provincias“/ VOCENTO, martes 23 de octubre 2012)
Podemos a empezar a asustarnos por todo aquello que se considera normal y que no altera el pulso público. Normal al parecer era que un tipo de casi cuarenta años mantuviera relaciones con una niña de trece, normal debió ser que la madre de la menor lo denunciara en comisaría, normal también que la policía y los jueces archivaran la denuncia porque “son cosas de chiquillos”, y normal que el tipo que mató a la cría tuviera licencia de armas e incluso manejara una de ellas que es de calibre militar. Pues reunidas todas esas “normalidades” en un sábado de lluvia provocaron un reguero de sangre en El Salobral, (Albacete), que no es Puerto Hurraco pero se parece mucho a la barbaridad que cometieron los hermanos Izquierdo, Antonio y Emilio, para vengar no sé qué afrenta familiar.
En España le dan una licencia de armas a cualquiera, de hecho el presunto asesino Juan Carlos Alfaro tenía una. Nos podemos imaginar lo rigurosos que son los test que se realizan y el control posterior que hay sobre las personas que tienen en casa pistolas y escopetas. En realidad somos la sociedad más tolerante con los sicópatas a los que además de atenuantes penales les damos la oportunidad de seguir teniendo armas, de pasear con perros peligrosos sin bozal, o de conducir un coche aunque no tengan puntos. Tampoco hace falta que tengan un rifle de repetición con dos cañones, para ellos un coche es suficiente para volcar su furia social y para causar estragos en una familia. Lo de menos es el arma con la que comenten el delito, lo llamativo es cómo caminan tan ufanos por la calle sin que la Ley se les venga encima. Al revés, seguro que los hay que presumen en el bar de haber reventado varios radares de carretera al pasar como un cohete por la autovía. Y así unas risas, unas cañas y lo que haga falta que para eso son muy machotes.
A la niña la enterraron ayer en Albacete, nunca llegó a entender estos mecanismos de presión sicológica que ejercen algunos adultos y que pueden acabar en un cortejo fúnebre que sigue a un ataúd blanco. La crónica no puede ser más triste y más canalla. Los buenos pagan con sangre y luto. Tampoco servirá de mucho el debate acerca de la posesión de armas de fuego porque aunque las televisiones se vuelquen con el morbo pronto pasará el interés y el nombre de la niña será borrado por una separación de famoso, o porque un actor de Hollywood venga a promocionar una película.
Hablarán de la “España profunda” pero en esta ocasión ni hacía calor, ni dominaba la luna llena el cielo. Más bien fue una “luna hiena” bajo la que se protegió Juan Carlos Alfaro. Sangre, un trigal frondoso y escopetas cargadas: licencia para matar, para vivir no dan guías ni permisos.
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Etiquetas: El Salobral, Juan Carlos Alfaro, licencia de armas, Puerto Hurraco