(“La Gaceta de Salamanca“, 1 de julio 2012)
Este oficio del periodismo se ejerce en la calle, con perdón, porque es allí dónde están las historias que interesan y luego puedes escribir. Esta semana una vendedora de teléfonos móviles, (a la que no le gusta el fútbol), me contó que cuándo aparecen muchos clientes en la tienda para reparar el móvil les pregunta si el día anterior jugó España. No falla: cuándo gana España al día siguiente los móviles están hechos unos zorros, destrozados por ataques de euforia embriagadora.
Igual que los físicos hablan del “efecto Magnus” para lanzar faltas por encima de la barrera podríamos hablar del “efecto Iphone” que consiste en lanzar el teléfono de manera involuntaria y cuándo uno está inmerso en la explosión de entusiasmo colectivo. Traducido a román paladino: los teléfonos se van a hacer puñetas cuándo se celebran los goles con júbilo excesivo, (y todo júbilo lo es porque en otro caso sería una pena). Así que esta noche y ante posibles aciertos de “la roja” habrá que prestar atención a los móviles porque según la vendedora le llevan al sanatorio tecnológico algunos que han caído en una piscina sin saber nadar. También es posible que exista una relación entre goles y cuenta de resultados de los fabricantes de telefonía móvil. En caso de seguir España esta línea ascendente de triunfos tendrán que inventar un teléfono saltarín que absorba los impactos que reciba por efecto del desmadre. El calambre que provoca un gol se traduce en una energía cinética que aleja a los móviles que están en nuestras manos.
Ese calambre es menor cuánto menos tengas que ver con el equipo que juega, por ejemplo esta noche ya puede marcar Cesc un “hard trick” que la señora Merkel tendrá un pulso como para robar panderetas. Es más, ante la duda de si Merkel irá con España o con Italia existe la certeza de que irá con la prima del árbitro porque tiene mayor riesgo. En cambio en España los concentrados ante las pantallas gigantes tienen gran riesgo de pisar el teléfono dando saltitos, o que se les escape de las manos como si fuera un cohete espacial que luego aterriza ante una estampida de bisontes. Es el efecto Magnus aplicado a la euforia momentánea que, a su vez, castiga con fuerza a los aparatos más sofisticados. Esto no pasaba con los teléfonos de pared salvo que se arrancaran los cables porque el usuario cayera al suelo víctima de una inoportuna lipotimia.
Alguien que esta noche no vea el partido podrá conocer su resultado mañana viendo si hay cola ante las tiendas de telefonía. Las pantallas de plasma y los pequeños circuitos no están preparados para estos sustos. Ni Casillas puede detener un móvil en pleno vuelo.
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