(“La Gaceta de Salamanca“, 29 de abril. 2012)
Llega un momento en la vida en el que además de un buen amigo, un bueno vino y un buen consejo uno necesita un buen cirujano. Son esas pequeñas goteras que narraba con especial atino el maestro Manuel Alcántara en una de sus recientes columnas sureñas.
Desde siempre me han fascinado los dibujos de anatomía de Leonardo aunque el temor a la sangre fue determinante para que no estudiara Medicina, como sí hizo mi padre. Siempre tuve claro que igual que Woody Allen dice que él en una guerra sólo vale de prisionero, yo en un quirófano sólo serviría de paciente, lo cuál no resta mi profunda admiración para esos profesionales del bisturí que son capaces de atravesar el cuerpo con mano sabia. Y no debe ser fácil, a los dibujos de Leonardo me remito, porque debajo de la piel tenemos un entramado arquitectónico más complejo que la nave central de una catedral gótica. Lo más parecido a un cuerpo por dentro es cuándo se abre un socavón en la calle y los vecinos se asoman a ver cables, tuberías, aguas, goteras y distintas capas de asfalto. Sí, nosotros también tenemos cimientos en los que se pueden encontrar restos de murallas fenicias.
Goteras de la vida como decía Manuel Alcántara me han llevado a conocer a un joven cirujano, César Casado, que es hijo de una eminencia de la cirugía salmantina y ahora jefe del Servicio de Cirugía Plástica del Hospital de “La Paz” de Madrid. A pesar de su juventud el doctor Casado puede superar en fama a su padre, ¡y eso que pensaba estudiar Derecho y Económicas!, pero ya se sabe que la vida gasta bromas. Y en una de esas “bromas” a él le hizo doctor y a mí su paciente. Si dejo a un lado la parte engorrosa que tiene ser enfermo puedo presumir de que con el doctor César Casado he establecido una corriente de amistad parecida a la que narraba Antonio Skármeta entre Neruda y su cartero, (me quedo el papel de cartero porque el que sabe de Medicina es él). Las charlas que mantenemos entre cura y cura en la consulta, en las que participan sus enfermeras Toñi y Julita no las cambio por cinco reuniones de poetas en el Ateneo.
Abderramán III, que fue hombre sabio, mantuvo una excelente relación con su médico: Abul Qasim al que Antonio Cavanillas de Blas, (autor de su biografía), no duda en calificar como “el cirujano español más notable de todos los tiempos”. De aquel galeno del siglo X se cuenta que hasta era capaz de operar el terrible “cólico misere”, (apendicitis). El oficio cambió bastante cuándo el doctor Fleming inventó la penicilina pero las conversaciones con el cirujano siguen siendo igual de interesantes. Parte de mi recuperación es hablar con el doctor Casado; lo sé.
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Etiquetas: Abderramán III, César Casado, cirujano, Manuel Alcántara
Genial. Esto es lo que hace que el mundo sea LO MEJOR .
Si todo el mundo reflexionara así sobre las personas que les cuidan y ayudan a superar sus “males”, todo podría llegar a ser mucho mas agradable en la vida. Y se evitarían sufrimientos valdíos
Chaval, cuídate mucho y bébete cada minuto paladeándolo. Esto es algo que nos enseña el estar peleándonos con el maldito cáncer…… Buscando la parte buena !
Igualmente, Rosa. Hay que estar en la pelea y agradecer a quienes nos ayudan, a los que están de nuestra parte.
La parte buena es conocer a un excelente personal sanitario, yo he tenido mucha suerte, lo subrayo.
Muchos besos.