(“La Gaceta de Salamanca“, 15 de abril. 2012)
Hay semanas en las que es mejor no levantarse y no poner el pie en el suelo porque es mejor seguir un rato más pegado a las sábanas en posición horizontal. Esta semana en la que se conmemora el centenario del hundimiento del Titanic nos ha mirado un tuerto, o dos, o todos los tuertos del mundo reunidos en un congreso especial en el que se elabora el mal fario. Sólo desde esta idea de que los males siempre nos son ajenos se puede entender la semanita en cuestión; pero también es verdad que hay gente que se trabaja el infortunio con sólida constancia. Y contra eso no cabe ni el agua bendita.
España se ha convertido en la casa de los horrores de Europa, a cada puerta que se abre un espanto nuevo nos atenaza: la prima de riesgo, caídas de la Bolsa, el ataque de los sioux que cortan cabelleras en las praderas del IBEX, ecos de latigazos que llegan desde Argentina contra una de nuestras mayores empresas, un presidente del Gobierno a la fuga en mitad de la galerna, un nieto que se dispara y el abuelo que se accidenta cazando elefantes en el sur de África. Es mejor no pensar qué más nos puede suceder por si pasara; es mejor quedarse con la idea de que si ponemos una ristra de ajos a la entrada de La Moncloa podremos superar esta racha de malas noticias, además unos ajos pueden dar el aspecto de un elegante bodegón en las ruedas de prensa de Soraya. Pero también habrá que pedir mesura y prudencia a quienes nos representan, incluso ejemplaridad como decía el accidentado Juan Carlos en su pasado discurso navideño.
Una monarquía se construye, y se destruye también, a través de los símbolos. Cuándo todo el mundo estaba empeñado en recordar el 14 de abril como la fecha en la que se hundió el Titanic, nuestro rey se empecina en recordar la fecha en la que se instauró la II República, en 1931. Su accidente de caza a diez mil kilómetros de España no ha podido resultar más infeliz, tanto para él como para la institución que representa. Mala pata, nunca mejor dicho pero también una alta dosis de imprudencia de la que el rey es responsable.
En los momentos difíciles es cuándo se demandan comportamientos ejemplares y a la altura de las circunstancias. Da la impresión de que nos hemos vuelto un poco locos y que las cabezas andan tan revueltas como el tiempo meteorológico. Hubiera estado bien no haber leído tanto acerca de calibres y escopetas, o no haber tenido que buscar en el mapa dónde está Botswana. Hubiera sido estupendo seguir viviendo en la inopia de los perdigones igual que nobles elefantes despreocupados, esos que salen en los documentales de La 2.
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Etiquetas: elefantes, escopetas, II República, Rey