(“La Gaceta de Salamanca“, 25 de marzo, 2012)
Hay ocupaciones que llevan a canturrear coplillas, o a silbar melodías; ocurre cuándo uno se pone el mono de pintor de brocha gorda, o el jersey de rayas que es el uniforme de todo gondolero que se precie. Y no es nada elaborado, es una reacción natural del cuerpo que a veces se manifiesta también cuándo estamos debajo de la ducha y el chorro cae sobre canciones de Nino Bravo. Francisco Camps ha sufrido esa enajenación del barquero y le ha dado por afirmar cosas muy extrañas, diríase que estaba poseído por algún maligno que le restaba prudencia y decoro.
Si Camps hubiera estado al otro lado de una mesa de despacho le habría costado más trabajo postularse como presidente no sólo de Valencia, ¡también de España! Suerte tiene Rajoy de que el Manzanares no sea navegable en algunos de sus tramos porque en caso contrario se le habría presentado Camps en chalupa con todas esas ideas acerca de cómo cambiar la política en breves segundos. En el PP han salido al paso para decir que Camps no está, ni se le espera. En otro tiempo habrían dicho que eran las cosas de Paco pero en esta ocasión ni siquiera se han tomado la molestia de llamarle por el nombre. Nadie se enfada con un gondolero aunque cante mal, en todo caso se le descuentan los gallos de la posterior propina.
Leo con auténtico entusiasmo la biografía del torero José Miguel Arroyo, “Joselito el verdadero”, (un libro que el maestro madrileño ha escrito con la colaboración del crítico taurino Paco Aguado). En esas páginas se recuerdan unas máximas de Belmonte citadas en otro libro memorable escrito por Chaves Nogales. Decía el maestro de Triana dos frases a tener en cuenta, la primera que para torear había que olvidarse del cuerpo, aplicada a la política es la idea de que uno ha de olvidarse de sus propios intereses para servir a un colectivo, y no sólo a sus consortes. La segunda es una sentencia corta, dura y cierta: “se torea como se es”. Traducido a la política: uno hace política como es y no hay manera de evitarlo; puede que alguien se considere Churchill pero aunque fume la misma vitola de puros no dejará de ser un barquero que quiere imitar a Churchill. Añadamos a ese concepto de Belmonte lo que decía la letra de Serrat: “nunca es triste la verdad, lo que no tiene es remedio”.
Se supone que cuándo Camps se quite el disfraz de barquero se dará cuenta de que le sobra entusiasmo pero le faltan apoyos. Ahí será cuándo empiece su mareo de tierra que le puede llevar a ser otro díscolo como Cascos y montar un cisma en Levante. De momento se conforma con meter el remo que es otra manera de meter la pata. Una estampa de albufera de la que habría sacado partido Joaquín Sorolla.
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Etiquetas: Camps, Chaves Nogales, Joselito