(“ABC“, 21 de febrero. 2012)
La fórmula matemática es muy sencilla de explicar: crisis más picaresca elevada al cubo por el interés turístico y cultural de Madrid mas el IVA que te ahorras porque no hay factura. El resultado es el notable número de hoteles no regulados que se reparten por la ciudad. Son establecimientos en los que los únicos botones serán los que lleve el cliente en la camisa, dónde no hay un amable conserje que ofrezca un plano, y dónde no hay un pianista que toque al atardecer, (en caso de que haya piano y de que queden pianistas de hotel, noble oficio en pavorosa extinción).
Peter Sellers en una de sus películas discutía con el recepcionista porque él quería un “cubículo” y en el hotel le querían dar una habitación, y él insistía hasta desesperar al conserje. Pues bien, en Madrid hemos desarrollado el concepto de “cubículo” aplicado a viajeros estables y transeúntes. Y todo por ahorrarse unos euros, y todo por no pagar ni el precio de una pensión de las que tienen gato persa, canario flauta y mesa de camilla, (y los jueves huele a cocido por el patio).
Eso sí, reclamaciones al maestro armero. Incidentes, cuartos fríos, resbalones en la ducha y pulgas, todo a costa del cliente. Los “cubículos” no tienen libro de reclamaciones, los hosteleros furtivos no gastan de eso. Si no buscas calidad no pretendas ver estrellas, amigo.
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