Sonrisas sin lágrimas

(COLPISA, cabeceras VOCENTO. Sábado, 18 de febrero. 2012)

La reunión del Partido Popular en Sevilla no forma parte del “Congreso de la Felicidad” que organiza Coca-cola, pero debería. Han pasado cuatro años desde Valencia y son los mismos pero con caras muy distintas; ya no está Cascos que paseaba por acompañado de novia alta y rubia que era la sensación de un cónclave en el que Rajoy olía a chamusquina. Entonces daba la sensación de que Rajoy iba a ser un hombre de transición entre el presente y lo que se aventuraba como pacto entre coroneles del partido. No había casa de apuestas en Europa que diera un euro por la continuidad del “marianato”.
Destacar que son los mismos es necesario para entender la transformación que ha sufrido el PP y que consiste en la fe de victoria que tenía Mariano Rajoy, pero él solito y su reducido núcleo duro. Hace cuatro años, en Valencia, se presentaba ante la militancia la recién nombrada secretaria general Dolores de Cospedal a la que no todos veían con buenos ojos. Y para caras torcidas la de Aznar que pasó por delante de Rajoy y lo de “pasar” fue literal porque ni siquiera le dio la mano. Aznar no se quedó a una cena convocada, directamente regresó a Madrid en un avión y dejó sobre la mesa la idea de que con liderazgos débiles no se llega ni a la otra orilla del Turia con el cauce seco. En esta ocasión el río es más ancho, es el Guadalquivir, y Rajoy lo tiene todo a favor: el control del partido, del Gobierno y de las autonomías. Además, es un Congreso en el que Arenas se pasea como virtual ganador de las próximas andaluzas.
Hace cuatro años a Rajoy le zumbaban en los oídos las palabras de Esperanza Aguirre, aquel discurso del “no me resigno”. Hoy tiene al partido unido, engrasado y con poder nacional, local y municipal. Y, por si fuera poco, ha enviado al PSOE al fondo del armario, lo ha anulado con la técnica cinematográfica de “fundido a negro”.
Por lo tanto no es raro que camine ufano y que mientras le dicen qué bien le queda la chaqueta, o la barba, o qué bien le sienta el sur, silbe para sus adentros la canción de César Cadaval: “¡Sevilla tiene un sabor especial!”.

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