(Publicado en “El Boletin de la tarde“, miércoles 11 de enero, 2012)
A Cayetano, hijo de la duquesa de Alba y conde de Salvatierra por el mismo motivo, le ha impresionado conocer Marinaleda. Apenas unas horas junto al alcalde Gordillo le han servido para rectificar aquello de que los andaluces son unos vagos, y se supone que también le habrá valido a Gordillo para dejar de pensar que todos los marqueses son flojos de remos, (no muy partidarios de partirse el lomo).
El conde y el alcalde formaban una extraña pareja de imposibles intereses comunes; Cayetano ya se encargó de recordar que cada uno había nacido en un sitio diferente en clara alusión a que los privilegios que vienen de la cuna no se discuten ante alcaldes electos. El conde de Salvatierra, (ni que pintado el nombre), intentó buscar puntos en común con los campesinos andaluces y salvo comentarios sobre el Betis parece que no hubo mucho más.
A Gordillo, el alcalde de Marinaleda, se le veía feliz como cuándo un político se hace una foto junto a una estrella del rock. Tampoco hay que esperar que Sánchez Gordillo termine tomando el te en Dueñas con la señora madre del conde. Lo curioso es que el alcalde sea Sánchez y el conde Martínez pero entre ellos haya mil años de Historia que les separan, así de caprichoso es el destino con las personas.
Pasarán otros catorce generaciones y los campesinos seguirán en su condición, otro tanto pasará con los señoritos. Ya lo decía una placa de un hospital cordobés: “con largueza sin igual/ el señor Juan de Robres/ creo este gran hospital/ pero antes creó a los pobres”.
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