Piratas de la SGAE

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Teddy Bautista que fue cantante de “Los Canarios” vuelve a la “jaula” para cantar lo que sabe. De cantar el “ponte de rodillas” a entonar el “rock de la cárcel”, y todo con la misma textura de voz. A veces la vida es circular y se cobra sus propios impuestos.
A lo largo de estos años la SGAE de Teddy se ha vuelto en el órgano más impopular que se conoce, y todo a base de cobrar con criterio de pirata aquello que a todas luces es un exceso, por ejemplo prohibir “Paquito el chocolatero” en las fiestas de “Moros y Cristianos”, o interpretar “El Alcalde de Zalamea” en Zalamea de la Serena. Un latrocinio de baja intensidad que se llevó por delante no pocos bares en los que de manera ingenua el personal veía las noticias de la tele mientras tomaba café. A la SGAE de Teddy le parecía que en cada aparato de radio alojado en una peluquería, en una panadería, en un vestíbulo de estación, se escondía un fraude a los autores que debía cobrar tirando de trabuco contra los dueños del local.
La cuestión no es que defienda a los músicos si no que presuntamente en la sociedad presidida por el “canario” hay mas agujeros que en un campo de golf. De sus cuentas ante la Justicia sabremos por la defensa que oportunamente plantee su abogado porque todos somos inocentes hasta que no se “descarga” lo contrario, pero de lo que no se libra Teddy es de un alto grado de impopularidad que le convierte en uno de los personajes más odiosos del panorama cultural, (en el JR de este culebrón de ayuntamientos intervenidos y de negocios bajo sospecha que acaban en la Audiencia Nacional). Esa fama de antipático le va a perseguir como una sombra por la galería de un castillo encantado. Todo fantasma entona siempre su lamento acompañado por unas cadenas oxidadas.
Los enemigos de Teddy Bautista pueden llenar un estadio de “indignados” que han pagado un canon excesivo con la anuencia cómplice del Ministerio de Cultura. González Sinde no nombra al presidente de la SGAE pero su ministerio tiene la obligación de vigilar lo que hace la sociedad con sede en el modernista palacio de Longoria en pleno barrio “parisino” de Madrid. En el cincuenta aniversario de la muerte de Hemingway la ministra debería ser consciente de que esas campanas también repican por ella.
A este cuento la fallan las cuentas. Los civiles entrando en la SGAE como hicieron el Ayuntamiento de Marbella con Gil es el principio del fin de un régimen al que sería muy generoso calificar como “propiedad intelectual” porque poco tiene que ver la inteligencia con la manera de actuar de “El Tempranillo”.

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