Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Dicen que en algunos ayuntamientos todavía quedan deudas pendientes a pagar en pesetas, (y si rascan un poco hallarán algunas en maravedíes), en otras partes auguran una contabilidad autonómica desastrosa, y así podríamos repasar también los balances de algunas entidades financieras que tienen más ficción que una novela de Salgari y más kilos de maquillaje que en una película de zombies. Está claro que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y, además, instalados en una mentira global tan grande como el disgusto que nos va a dar cuándo se levanten las alfombras bajo las que se escondía la mugre contable; sapos y culebras esperan la llegada del verano con cierta pasividad y con cara de pocos amigos.
Sé que suena duro pero también somos responsables por no habernos cuestionado, ni un momento, que tanta opulencia repentina en forma de burbuja, de cuento, o de engañabobos no podían ser reales. Aquel que se deja engañar dos veces no es un inocente si no un pánfilo en toda condición. Igual que en su día se aplaudieron las extravagancias de un alcalde de Marbella que llenó la ciudad de mármol y de falta de respeto a la Ley, también hemos tenido innumerables altos cargos que han hecho de su capa un sayo, y encima les hemos pagado la merienda. Lo de menos es el coche oficial, (sin duda que muy llamativo), pero poca cosa comparado con el roto que se avecina.
Lo duro para el español medio no es descubrir que le han engañado con unos espejitos y unas cuentas brillantes, si no tomar conciencia de que con su dejadez ha contribuido a engordar a tanto patán electo, tanto burriciego, panza contenta y traga pluses que han mamoneado todo lo que han podido y un poco más. La pregunta que nos podemos hacer es: ¿con lo listos que somos para las criticar los defectos de los demás, cómo no hemos sido capaces de encontrar nuestros defectos propios?, ahora no vale decir que no nos habíamos dado cuenta cuándo nos regalaban hipotecas que superaban el valor del piso, o cuándo hemos visto embajadas autonómicas en el extranjero, televisiones a destajo y asesores que podrían llenar el estadio Helmántico hasta agotar todas las localidades. Y nos ha parecido bien tirando a normal.
Llega el momento de tomar conciencia de que las carrozas son calabazas y que esos ratones tan feos pasaron un día por briosos corceles. Fin del cuento de hadas del llamado milagro español. El auténtico milagro va a ser, ahora, tomar conciencia de lo que somos y sacar adelante un proyecto en común que tiene más agujeros que un cazo estropeado. Eso sí, el mérito por cubrirnos de gloria sin miramientos nos pertenece. Menuda medalla más tonta.
Compartir:
Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion