Premio al mejor disfraz de carnaval

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Ante el carnaval sólo caben dos posturas: aquellos que disfrutan vistiéndose de otro/a, y aquellos que jamás se pondrían una nariz postiza porque se tienen por gente respetable. Los políticos, (muy a su pesar), pertenecen a la primera categoría, a la de quienes no queriendo hacer un papel terminan representado otro que en el que no creen.
En este carnaval hemos visto a Zapatero disfrazado de reformista y de social cuándo no hace un año protagonizó los mayores recortes sociales que se conocen. También se lleva el traje de antinuclear de Miguel Sebastián aunque luego tuviera que aceptar que nuestra dependencia energética es excesivamente elevada del exterior. Y el tde hombre invisible de Rubalcaba que le permite traslucirse cuándo se habla de quién será el sucesor del presidente. O el de Leire Pajín que es un disfraz que vale igual para encuentros planetarios que para una gala de los Goya.
Tampoco se pierdan el disfraz de Griñán cuándo quiere ir de inocente-inocente en el caso de los eres fraudulentos, confeccionado con telas refractarias a las peticiones para crear una comisión de investigación por fuerte que arrecien las críticas. Los buenos disfraces tienen que aguantar una buena fiesta sin estropearse, y a ser posible resistir el paso del tiempo para cuándo salgan del baúl al año siguiente.
En el bando de las gaviotas también tenemos disfraces divertidos en este carnaval, por ejemplo el de Camps sin chaqueta en la convención del PP en la que se pactó luchar contra la corrupción. Tampoco es manco el de Ana Mato, redactora de un código ético tan poco usado como desconocido. O el de Rajoy de domador de distintas fieras que amenazan con estropear la función.
Pero por encima de estos disfraces: llamativos, curiosos, creativos y simpáticos, está el disfraz de carnaval de gente corriente. Tiene el inconveniente de que es para todo el año, no se puede renunciar a él, y ha de aceptar que le den sustos con la gasolina, el IPC, los créditos, el empleo, los planes energéticos cambiantes y hasta con los programas en los que se anuncia a los candidatos para Eurovisión. El disfraz de ciudadano no tiene ninguna gracia, no te dejan pasar con él en las recepciones oficiales, no tienes derecho a prebendas parlamentarias, ni autonómicas, ni municipales. Es un traje de soldado raso sin derecho a reclamación, de peón de brega, de gente corriente. El suyo es un carnaval tristón, sin música ni fiesta en los grandes salones. Pero muy a su pesar paga a los músicos con los que sus representantes bailan la conga. No es un gran disfraz pero debería recibir todos los premios por aguantar el escándalo de una fiesta a la que no fue invitado.

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