Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En paralelo con la crisis económica cabalga una crisis de valores que no cotizan en Bolsa pero que cuentan. Y mucho me temo que han existido también durante los años de bonanzas pero aquella manera de gastar nos sirvió como válvula de escape. Pero, hoy, si nos ponemos a redactar el catálogo de desavenencias nos iba a quedar una obra de gran volumen. Las hay de todo tipo, desde las puramente absurdas y vecinales, hasta las autonómicas que amenazan con romper el Estado. En resumen: al retirarse la economía por efecto de la marea quedan las miserias de la crisis en la bajamar, (pero eso no quiere decir que antes no existieran, tan sólo no las veíamos).
Hay un malestar ultraliberal por vender aquello que huela a público con la excusa de eliminar gastos, hay otro malestar gubernamental por estos jubilados que tienen tan buena salud y llegan a longevos, hay un malestar autonómico en contra del centralismo, y otro malestar de ex ministras de Zapatero que creen que fueron eliminadas sin motivos, ese mismo malestar se extiende a los empresarios que no forman parte de los veinticinco elegidos por Zapatero para ser recibidos en la Moncloa. Y, por supuesto, hay un malestar de obispos contra lo que se ha dado en llamar un “laicismo agresivo”. Con todas estas desavenencias juntas lo que no se entiende es que Zapatero no creara un Ministerio del Malestar situando a la cabeza de él a Trinidad Jiménez que tiene callo en pasar tragos amargos, desde aquel “¿Por qué no te callas?”, al jamón pata negra que le llevó a Evo Morales a pie de cama de hospital, (una redundancia: una pata junto a otra “pata”).
Una cuota de “mal rollo” siempre es asumible pero es que parece que se han juntado todos los contrarios desde Recaredo hasta la fecha. Y de esa acumulación sólo pueden salir despropósitos, ya decía Willy Wilder en sus memorias que la sucesión de secuencias trágicas llevan a la comedia de humor, (todos tenemos un límite de tolerancia a los espantos, a partir de ahí nos da igual ocho que setecientos).
Durante estos días vamos a asistir a doctas conferencias de unos señores, y señoras, que reflexionan acerca de las caídas de los mercados. Alguno de ellos levantará el dedo en señal de “esto ya lo decía yo”. Lo que no vamos a ver es a mucha gente que se ocupe de restaurar la convivencia por la parte que se nos ha desconchado. A pesar de la biodiversidad social que nos dice que cada uno somos de nuestro padre y de nuestra madre, hay que pensar que son más las cosas que nos unen que las que nos separan. Esa recomposición moral no se consigue en las urnas.
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