Palabras gruesas

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Un alcalde pone a escurrir a una ministra, un académico “viste de blanco” a Moratinos, Blanco le zumba a Rajoy, este ambiente tan turbio me recuerda aquel sucedido del iracundo que entra en una librería y espeta al dueño: “¡oiga, imbécil!, ¿Me da el libro de Cómo Hacer Amigos?”. Hace unos años Pancracio Celdrán publicó un diccionario de insultos que llamaba la atención por su volumen, eso no es nada cuando tenga que actualizar sus páginas con nuevos términos nunca mejor llamados “voces”.
La mala leche no es un género nuevo, ha existido siempre, bien domada da para inspirar sonetos de Quevedo y diálogos de Pérez Reverte. Pero servida a garrafón lo que vale es para que le tiren el puro a Revilla al suelo, (“una colilla humeante y rechupeteada”, como la definió Ignacio Diego que se confesó autor del “crimen”; aquel que se atrevió a lanzarla al suelo pero no a coger con sus dedos la colilla del presidente por lo que tuviera de simbología erótica). Luego Revilla apareció mustio y con la bandera detrás, diciendo que se la habían “apachurrado”, la que con tanto mimo dejaba en el alféizar de la ventana. Ya tenemos la primera rabieta en sede oficial que grabaron unas cámaras de televisión. Historias como ésas se viven cada mañana en el patio del colegio y no hace falta que los protagonistas les paguemos el coche oficial. En muchos casos más que evitar la duplicidad de administraciones con ahorrarnos en sandeces como la del alcalde de Valladolid ya iríamos en la dirección correcta.
La tensión verbal justa la recomiendan ocho de cada diez médicos estomatólogos, otra cosa es pasarse dos pueblos y una Seminci. No seamos hipócritas, palabras más duras se han escuchado en una reunión familiar. No vale ir de dama victoriana en la tierra de la cazalla y el empellón, reconozcamos al tertuliano que todos llevamos dentro.

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