Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Entre las razones de la tradicional longevidad de los japoneses no parece que cuente tanto la alimentación rica en soja si no la falta de escrúpulos de los nietos con sus abuelos difuntos. El Gobierno nipón ha creado una red de inspectores que acudan a los domicilios para revisar la fe de vida de los ancianos y se han encontrado con más de una sorpresa desagradable. Habida cuenta la cultura de la subvención al centenario se han dado casos de familias que embalsamaban al abuelito con tal de seguir cobrando una pensión que a partir de los cien años es notable. La vida del anciano les importó una higa pero, de repente, sus derechos pasivos avivan el sentimiento familiar y les hace declarar en los periódicos locales que en su familia viven más que la abuela de la fabada.
Picaresca al canto, Rinconete y Cortadillo en versión oriental, más que humor amarillo es humor negro. Gente que se aprovecha de los ancianos para vivir a sus anchas y a la salud del Estado. Desgraciadamente se comprueba que las personas mayores son de interés en razón de la herencia que van a dejar, o en función de la paga que reciben cada mes, en otro caso se les deja en la residencia para que no den el coñazo en el apartamento de la playa en el que los abuelos, (sí les llevan), quedan aparcados en la terraza junto a las bicicletas y las macetas secas. Un delito contra la familia en primer grado, pero los que lo cometen no creen en la familia si no en la cuenta corriente que tienen en sus respectivos bancos, forman parte de lo que podríamos considerar delincuencia con el mismo ADN. Como los ancianos no se pueden defender pues que se alivien cómo puedan y que Dios los tenga en sus oraciones porque la vida eterna sin pan se debe hacer muy cuesta arriba.
Es bastante lamentable que a las personas se les tenga en cuenta por su parecido con un acueducto romano, o con un retablo gótico, pero esta cultura del pelotazo que antepone el dinero a los sentimientos ha ganado definitivamente la batalla a la moral y las buenas costumbres. Pensar que alguien puede tener al antepasado en el frigorífico y descongelar el dedo una vez al mes para que firme es terrorífico pero empieza a cobrar visos de realidad.
Ignoro la pena que pondrán las autoridades japonesas a los desahogados que cometen estas tropelías pero en otras culturas les habrían aplicado una pena de castillo, tal vez tapiarles en vida y que se dejen las uñas contra la pared del muro. Lo suyo sería desheredarles de sus antepasados, dejarlos huérfanos de recuerdos y apellidos, un justo castigo a estos modernos ladrones de tumbas.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion