Cuando uno es extra en una película de chinos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Cuenta Tomás Gómez que su primer enfrentamiento, (involuntario porque era un niño), fue cuando su padre, taxista, le llevó a una concentración en la Casa de Campo contra el entonces alcalde Arespacochaga. Su padre, y otros, acercaron una cerilla al tubo de la bombona del gas del taxi para meter presión a las negociaciones con el alcalde de Madrid. A Tomás le pareció que iban en serio pero no pudo hacer otra cosa que quedarse en el asiento del Seat 1.500 a esperar a que pasara el mal trago. Esta vez son otros los que manejan la cerilla y no puede callar como el protagonista de “El Tambor de Hojalata”, (que acabó ingresado en un frenopatico).
Hace tres años le eligieron como el mirlo blanco que tenía que “domar” un partido que había cambiado de siglas pero no de costumbres, en la antigua FSM se practicaba el canibalismo como una de las cimas de la gastronomía política. A Gómez le avalaban dos mayorías absolutas seguidas en Parla, y lo que en Parla era bueno otros pensaron que “pintaría” bien en la secretaría general. Gómez no era un candidato de la vieja escuela, no era Pedro Castro cuya longevidad política al frente del consistorio de Getafe entronca con los reyes godos. Se trataba de un joven valor al que le gustaban los mítines con un punto de “club de la comedia”, aquel género de la oratoria que creó Alfonso Guerra, mezcla de política con mala leche. Lo que heredaba era una formación cainita, dividida en clanes, dónde se repartían más leches que en una película de Jackie Chan. Tenía que curar las heridas de tres derrotas seguidas del “simanquismo”. Aquel cónclave le eligió “obispo” del puño y la rosa en la región y le colocó al frente de un proyecto en ruinas con la sana intención de convertirlo en alternativa frente al PP más sólido, el de Madrid. No era Tomás un “paracaidista” de la abultada brigada que se recuerda cruzaron estos cielos, entre otras cosas le lanzaron sin la mochila.
El principal escollo es que tenía que acudir a la Asamblea en calidad de invitado. La primera anécdota es que la presidenta Aguirre le confundió la primera vez con un agente forestal que estaba en la tribuna. Se perdía los debates y las réplicas, y hacía declaraciones en pasillos lo que llevó a que el PP reclamara porque los invitados en la Asamblea son como los mirones en el mus: no hablan, no opinan, pero dan tabaco sí se les pide. Se decía, entonces, que Tomás Gómez contaba con el apoyo de Leire Pajín que lo tenía por ojito derecho de la causa de la izquierda.
Para espantar fantasmas mudó la sede del PSM de la calle Miguel Fleta a la plaza del Callao. Alguien le debería haber dicho que es mejor residir en la calle de un gran tenor que en una plaza cuyo nombre invita al silencio, (Callao). En ese tiempo cometió algún error de bulto como dar un mitin con megáfono en mano dentro de un coche de policía, usar dependencias municipales para guardar su coche particular, y se empeñó en marcar diferencias personales con la presidenta que acabaron en ausencias, criticadas, a los actos oficiales del 11-M, o del 2 de mayo. Tan inexplicable fue la ausencia como su vuelta a ellos, entre otras cosas porque mientras marcaba distancias no dejaba de acercarse al PP para desbloquear la renovación de cargos en Caja Madrid. Curiosamente Esperanza Aguirre tuvo en Gómez el aliado que le faltó con Gallardón que pedía más representación municipal en la Caja cuando él fue el presidente que creó la Ley que bloqueaba el paso a los ayuntamientos.
El cambio de sede fue con muebles y con los viejos problemas, entre ellos no tener un candidato para el Ayuntamiento de Madrid. A Gómez le sorprendió que su partido dijera que adelantaría el candidato a Sevilla antes que el de Madrid; otro golpe de tantos. Tampoco estuvo mal cuando José Blanco se acercó a una reunión de la ejecutiva y al finalizar su intervención arengó a los presentes “a ganar en Madrid con Tomás… o no diré más”. Palabras que no le sentaron nada bien. Leguina repite como un viejo mantra que el problema del PSM, antes FSM, es que está muy lejos de Moncloa pero muy cerca de Ferraz. O lo que es lo mismo, que cuenta más bien poco a la hora de tomar decisiones políticas.
Así hemos llegado a este periodo de la canícula, tan propio para los sofocos, sofocones y pájaras ciclistas. Y, de repente, los fantasmas se le han levantado de la fosa, como en el video de “Thriller”, todos gozan de buena salud y bailan acompasados. Jaime Lissavetzky, Trinidad Jiménez, o Ruth Porta, quieren arrebatarle el mando. Pero todos a la vez, demasiado frente abierto como para que Tomás Gómez no aclare si aquel enfrentamiento con Blanco fue cierto, y si es verdad que le han dicho que las encuestas “pintan” mal, y él se pregunta ¿yo qué pinto si vengo de Parla? Eso sin descartar que las filas del “simanquismo” se le han levantado como las jarkas “amigas” al general Silvestre en Annual, o que Pedro Castro maniobra desde la oscuridad. El tomate es demasiado serio como para pensar que no le afecta. Sin el apoyo de Cháves, y de Blanco, Gómez se queda más desnudo que el otro Tomás, (José), ante un miura. Esto huele a primarias en un callejón.

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