Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El llamado “oficio más antiguo del mundo” también tenía que estar presente en la calle más moderna del mundo madrileño de hace cien años.
Se abrió la Gran Vía a base de piqueta y de alcahueta, y así al calor de la modernidad se fueron acoplando chulos, putas, clientes, pensiones, casas de huéspedes y coctelerías dónde se mezclaba al señorito, o al militar, con una actriz emergente y un cura de sotana, gafas oscuras y viva España. Chicote (y chiquitas), una manera de pelar gambas con lujuria, carne cruda al peso pagada en pesetas. Semejante colmena de gañanes de paso y lolitas de bolso ha permanecido invariable con los años, puede que las mujeres que se acodan hoy en los portales de la calle Montera no hayan leído a García Márquez pero guardan con sus antecesoras la misma memoria de “putas tristes” en su mirada perdida. También muchos vecinos de fincas rehabilitadas en Chueca ignoran quién fue Kawabata y no saben que en su piso hubo una “casa de bellas durmientes”. Dónde hoy se vende el estudio de un pintor hubo una pensión de las de patrona gallega y gato persa que se escondía de la sintonía del parte de Radio Nacional como si fuera un republicano reencarnado. Pensiones con placa en el portal: “se admiten viajeros y permanentes”.
Hasta en la época más dura del franquismo hubo una prostitución consentida de la que sacaron propinas porteras y serenos. El “hecho documentado” más antiguo que existe de la prostitución en el entorno de la Gran Vía es del año 1919, se trata de un catálogo hecho a mano por un muy aficionado a las casas de lenocinio. El autor, que se esconde tras el seudónimo de “señor Romo”, editó un pequeño librito que se puede considerar la primera guía del vicio de España. El título es tan sórdido cómo lo que se cuenta en sus páginas, “Gran Pescadería Popular Madrileña”, dentro hay chirla y gambón; por ejemplo se anuncia medio centenar de “gachís” en una casa de Jacometrezo, pero también se cuentan las virtudes de Manolito que proporcionaba chicos en la calle Jardines, así cómo se alerta de un piso en Infantas que tiene sereno y portera, (se exigía gran discreción). Para los más iniciados se cuenta la existencia de otra casa en la calle Aduana dónde se podían encontrar “francesas”, no en razón de su acento sino de su habilidad. Las mujeres eran todas españolas, gran parte de ellas casadas y residentes en la periferia que de día se acercaban a echar un ratito empujadas a la mala vía por el hambre, esclavas de la necesidad.
Durante la dictadura de Primo de Rivera no se detuvo el negocio sino que se transformó en habitaciones alquiladas en casas de huéspedes, en cualquiera de las muchas que hubo en la calle Valverde tal y cómo relata Max Aub en una de sus novelas dónde aclara que las chinches eran como de la familia, de toda confianza. Los viejos del lugar aseguran que Barbieri 5, (luego Hotel Mónaco), hubo casa de citas con una suite de espejo en el techo que había sido frecuentada por Alfonso XIII.
Tras el aroma de incensario que dejaron los primeros años del franquismo enseguida volvió el negocio a repuntar, a mediados de los cuarenta y hasta 1952, (“ese año algo debió de ocurrir porque cerraron todas las casas de esta zona”, recuerda Pepe Blázquez del restaurante Salvador). Pepe, entonces un adolescente, guarda memoria de aquella época: “la Gran Vía entre la calle Alcalá y la Red de San Luís era lo mejor que tenía Madrid. Ni Serrano, ni nada”. Fueron los años de esplendor de Chueca, con las casas de doña Milagritos, madame Tedy, los cócteles de Chicote, Pidux o el Abra. Doña María cobraba cien pesetas, doña Milagritos 75 y Madame Tedy 50. En la trastienda de un bar de la calle del Pez aliviaban clientes en una silla por tres duros. Eso sí, las posibilidades de agarrar una sífilis o una gonorrea eran muy altas.
En la década de los sesenta la prostitución y las pensiones que le daban servicio se trasladaron a la parte de atrás del Sepu y a Montera. En Desengaño y en Ballesta se abrieron los primeros locales que tenían orquesta en directo, el “Tú y yo” o el “Club Melodías”. Ese ambiente permanece intacto aunque ya no exista el Sepu, ahora a la sombra del edificio de Telefónica hay mujeres sudamericanas y venidas del Este en un tour del hambre. Si viviera el señor Romo vería como su guía se ha aumentado en Internet dónde se dan todo tipo de señales.
Cien años de vicios y de camastros oxidados dan para mucho, hasta para explicar Madrid según la historia oculta de sus portales y jadeos de pensión.
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