Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Lo peor que le puede pasar a “El Rafita” es que aparezca uno y le cante porque todas las canciones acaban en aplausos, y de ahí a ser figura del cine un paso, y luego querrá firmar autógrafos en un festival para frikis. Es el mismo jodido camino que recorrieron otros pandilleros antes que él, sobre todo Juan Moreno Cuenca “El Vaquilla”, otro hijo del agobio que con apenas quince años ingresó en la Modelo de Barcelona, tres años antes se había cargado a una mujer en una de sus huidas con un coche naturalmente “chorao”. Demasiado pequeño para llegar a los pedales del “Tiburón” pero suficientemente eficaz para dejar a la poli dos esquinas más abajo. Moreno Cuenca nunca terminó de salir de la delincuencia hasta que una cirrosis en el hospital le dio la libertad eterna, el pasaporte al cementerio cuando le quedaba mucha vida por recorrer pero él la había acortado a base de ir deprisa-deprisa. Varios de sus hermanos también cayeron en el lado oscuro, Antonio “Tonet” murió en un tiroteo con la Guardia Urbana en Girona, Julián se mató al saltar por la ventana del hospital y Miguel “El Carica” se estampó con el coche mientras huía de la policía.
“El Vaquilla”, “El Torete”, “El Carica” y “El Pote” tenían en común su afición por los coches rápidos y por dar palos-relámpago siempre con algo de descaro, les gustaba jugar a los rejoneadores con la policía dejándoles que se acercaran un poco para luego acelerar cuando estaban muy cerca. Y luego lo celebraban con el descaro de los que tiene botella en la barra del puticlub. Chulos, descarados, sin solución e irredentos, entre otras cosas porque nunca nadie se ocupó de ellos salvo para componerles una canción o para crear un género cinematográfico conocido como quinqui. No eran bandoleros, ni forajidos, apenas fueron leña de arrabal más cortada y que murió tan torcida como fue creciendo.
A “El Rafita” le une con los otros delincuentes el mismo amor por los coches y el placer de verse en las portadas de los periódicos puesto que ya una televisión se ha encargado de sacarle unos planos. Con su minuto de gloria ha podido vacilar en el barrio mucho más que si fuera un concursante de “Gran Hermano”. Sabe que la única manera de ser alguien es saltar de la sección de sucesos a la primera página. Su vida recuerda la letra de la canción de Sabina, aquella que hablaba del macarra de ceñido pantalón para retratar al pandillero tatuado y suburbial, hijo de la derrota y el alcohol, “sobrino del dolor y primo hermano de la necesidad”. El error sería tenerlo por un Robin Hood de la gran ciudad cuando es un pringado que lleva encima la violación, el atropello y posterior quema de Sandra Palo. Lo hecho no se lo puede quitar de encima pero sólo de él depende la capacidad para reinsertarse en la sociedad o ser carne de cañón. De momento comparte con “El Vaquilla” su afición por los coches, y éstos puede que hayan ganado en electrónica pero a la hora de hacer un puente son todos iguales, aquellos 124 y los de ahora con motor híbrido.
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