Atraco a las cinco

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

A medida que avanza la crisis aumenta el sector de la delincuencia de manera exponencial, y lo asombroso es que nos vamos haciendo a la idea. Primero nos extrañaron los butrones, luego nos acostumbramos a los “aluniceros” de la madrugada que ya apenas despiertan al vecindario y, de un tiempo a esta parte, las bandas organizadas irrumpen a las cinco de la tarde y nos parece algo muy normal, otra de las cosas que tiene esta ciudad prodigiosa en razón de los prodigios que aquí se suceden. Podemos vivir entre la mafia de Chicago por el módico precio de un billete de metro, así está Madrid de animada en cuánto a se refiere al incremento del PIB de la delincuencia. La biosfera de los pistoleros goza de una excelente salud, y Madrid se ha convertido en un parque temático dónde pueden desarrollar su actividad con pocos riesgos. Si los detienen es un contratiempo que se soluciona en comisaría en pocas horas, y luego vuelta a la actividad del hampa.
Esta semana los joyeros se reunieron con la Delegada del Gobierno para contar que están hartos de los continuos atracos que tiene su gremio, tan cansados están que ya tienen a algunos delincuentes como parte de su “clientela habitual”; hay entre joyeros y atracadores una sólida y vieja enemistad. Lo último ha sido un palo en un local emblemático del juego en La Castellana, pistola en mano, y a la hora en la que los niños vuelven del colegio cruzando por los pasos de cebra. Si continúa creciendo el gremio no extrañaría que les buscaran plazas de aparcamiento en la zona azul para que no tengan que dejar el coche en doble fila para salir quemando caucho. O mejor aún, un carril “sólo atracadores” que les permita avanzar entre el tráfico de las horas punta, (para ellos punta de pistola).
Los cálculos policiales aseguran que de las doscientas mafias que operan en España, (de todo tipo de pelaje y condición), al menos cincuenta se han asentado en Madrid. Y cuando no son unos latins kings son unos rumanos armados, o unos chinos que reparten leches como en las películas de Bruce Lee, o unos macarras que pastorean lumis de piso caro. Estos tipos además de practicar la economía sumergida se dedican a incrementar la economía del terror, y todo por el módico precio de un pasamontañas.
Si nuestra comparación con otras grandes ciudades del mundo como Río de Janeiro, Nápoles, Palermo, o Méjico D.F. es en función del número de pistoleros entonces mola poco. Tampoco es que Madrid haya sido siempre el aburrido patio de un convento de carmelitas, (calzadas o sin calzar), pero de ahí a este nivel hay un paso que tiene el peligro de crear costumbre y de mermar nuestra capacidad de asombro. En las viejas películas del oeste cuando los malos iban por las aceras entonces los del pueblo tenían que caminar pisando los charcos de la calle, pues lo mismo, mientras estos tipos ganan espacio nos lo quitan a los demás. Y estos tipos están acostumbrados a chulear sin miramientos y a tirar de pipa cuando les apetece, de ahí que sus huellas sucias estén en demasiadas partes. Si nos acostumbramos a esas manchas entonces es que hemos aceptado dejarles la acera para caminar entre el barro sumisos y complacientes.

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