Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Un negocio floreciente en España sería la instalación de “alcaldes automáticos” en los diferentes municipios, un artilugio dotado de una cámara a la que pudieran dirigirse los ciudadanos y que les respondían desde Ferraz o Génova, en función del partido que se tratara. La estructura de las autonomías ha creado un Estado de regiones no solidarias que sólo dan cuenta ante las directrices de sus partidos. Zapatero no lo vio, por eso fracasó en la cumbre de presidentes a la que fue con ánimo de excursionista y se tuvo que dar la vuelta cuando empezaron los truenos.
El desprecio a la autonomía municipal es tan descarado que apenas los munícipes son noticia cuando los sancionan, (y además sus lideres ni recuerdan su nombre) ¿Puede el alcalde de Ascó, o el de Yebra, invocar los intereses de su pueblo aunque éstos sean contrarios a las directrices de su partido, y salir indemne de la pelea?, pues no. Ahí se les ve en la televisión con cara de compungidos actores invitados a una tragedia que no les corresponde. Más de uno estará pensando ser alcalde para qué, sí te van a regañar desde el partido cuando tomes una decisión que no les guste. En ese caso patentemos con urgencia el “alcalde automático” que en lugar de vara de municipal venga de serie con mando a distancia, (se activa con control remoto y se apagan los focos de rebeldía). Las pilas durarían cuatro años.
La discusión no es sobre el debate de la energía nuclear sino acerca de la independencia que tienen los alcaldes a los que les toca dar la cara por Rajoy, o por Zapatero, o por Montilla, o por Barreda. Los políticos que aparecen en la tele no tienen el problema de convivencia municipal que tienen los alcaldes de poblaciones pequeñas que se tropiezan con el votante en cada acera. Este sistema perverso de reparto de poder ha conseguido que el regidor sea el elemento más frágil sobre el que confluyen todo tipo de presiones. Muchos se preguntan: ¿por qué somos alcaldes?, igual que los socios colchoneros se pregun por qué somos del Atleti. En ocasiones es mejor decir que se trabaja de pianista en un burdel, queda más lucido.
Para los líderes regionales los alcaldes son nada, apenas un pueblo, lo cuál no deja de ser un cataclismo en la democracia interna de un partido y un desprecio al votante. Ataques a las decisiones tomadas en Ascó, o en Yebra, ponen de manifiesto que para Montilla, Barreda, Rajoy y Cospedal, los alcaldes no son más que sus peones repartidos por la geografía. Unos tipos nombrados para vivir entre la espada y la pared, rambos que no sienten ni frío ni dolor. La pregunta es qué harán los líderes nacionales, y regionales, cuando los kamikazes-municipales dejen de sentir placer al arriesgarse por cuenta ajena.
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