Carreras de galgos

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Si los marcianos decidieran visitarnos vendrían en un taxi, lo tengo claro. Dejarían el cohete en algún polígono industrial y luego se dirigirían al Ayuntamiento a ver al alcalde. Todo lo que ocurre en la capital pasa a bordo de uno de esos coches que los madrileños han elegido para ir al hospital, (para nacer de sopetón), para su boda o, sencillamente, para ir tan “pichis” dándole al palique. Si no te puede llevar un taxi es que no existe la dirección, y si no se atreve a llevarte es que tampoco te conviene andar por allí.
Los lugares poco recomendables son los habituales, esos en los que la calle se convierte en camino y de ahí en adelante en fango. No hace falta ser Marco Polo para darse cuenta de que en algunas zonas es mejor no entrar si quieres salir indemne. Cuando la noche cae, con mayor motivo, entonces los lobos miran desafiantes los tapacubos esperando que las ruedas se detengan. En el GPS no aparecen como zonas peligrosas pero cualquier taxista sabe lo que es caer en las arenas movedizas de los barrios marginales. No resulta extraño que esas zonas dónde acaban las vías se encuentren señaladas en rojo. Peligro: no entrar. Si uno se mete en una película del oeste lo normal es que salga con alguna bala incrustada en el sombrero, (sí tienes suerte). Una cosa es hacer de buen samaritano y trasladar al cliente hasta dónde lo pida y otra es jugarse la recaudación en callejones oscuros. A nadie le parece raro que los taxistas no tengan intención de entrar en “La Barranquilla”, (con la bandera levantada como si fuera bandera blanca).
La novedad es que en la geografía de los temores de los taxistas madrileños se encuentre el Barrio de Salamanca, no por miedo físico sino por temor a sufrir un atraco olímpico; dícese de los niños de papá que salen del coche huyendo como galgos en alocada carrera para evitar hacer frente al pago del taxímetro. Jóvenes que tienen tanta cara como “posibles”, y que lejos de hacer frente a la deuda prefieren coger las de “Villadiego” hasta cruzar el umbral de su portería dónde el conserje les llama de usted y les da las buenas noches.
Si en las paradas hubiera fotos de “clientes más buscados”, los “borjamaris” estarían junto a los hijos de “La Barranquilla”. Tipos de poco fiar.

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