La puerta abierta del cielo

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Muestra de la importancia que le damos a una vivienda es que en la iconografía cristiana a San Pedro se le representa con unas llaves en la mano, y no con un puro, o una taza de té, ni con unas manzanas cogidas en el jardín de Eva. Tener un techo es de los primeros deseos que le haría uno a un genio en caso de tropezar con su lámpara y de no maldecir a causa del esguince. Es verdad que la Constitución reconoce el derecho a una vivienda digna pero los padres de la patria no tuvieron en cuenta la especulación, ni el esfuerzo económico que representa una hipoteca para el común de los mortales que carecen de las garantías que exigen los bancos. Ese derecho elemental a la vivienda no llegaría a cumplirse si las administraciones no se pusieran manos al ladrillo y construyeran viviendas protegidas, una actividad en la que Madrid le lleva una notable distancia al resto de comunidades autónomas, (y a la administración central). Madrid ha hecho una notable inversión en vivienda protegida luchando, en no pocas ocasiones, contra la especulación de los devoradores de suelo que son esos tipos de ideología «trasversal» que al carecer de escrúpulos pueden navegar bajo todo tipo de pabellones, de ahí que se les conozca por los del «marxismo-ladrillismo», (un pragmatismo ideológico que abarca de la derecha a la izquierda).
El Palacio de Congresos era un cruce de campanilleo de llaves entregadas que se mezclaban con el jolgorio de los agraciados, llaves que sonaban como las campanitas del bar de la película «¡Qué bello es vivir!», (título de obligada referencia navideña), y que según nos dejó dicho Frank Capra tintineaban cada vez que un ángel había conseguido sus alas. Pero no hace falta llegar a una discusión teológica para darse cuenta de que un piso de protección oficial le da «la vida» a cualquiera.
A ochocientas veintidós familias les tocó ayer la lotería sin ir a Doña Manolita; es decir, que los pusieron en su casa. A los que como Antón tuvieron que refugiarse con sus padres pero, desde ahora, gozarán de vida propia con cuatro paredes para su familia y dejarán de ser «okupas» de sus mayores. A ellos no les hace falta un ático para tocar el cielo.

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