Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Mira por dónde el destino quiso apartar a Ignacio González de Caja Madrid pero le ha puesto delante una “caja mágica” en su condición de responsable de la cultura regional; en cuestión narrativa es mucho mejor encontrarse una botella de náufrago que a un oso verde en un prado. Lo que se ha descubierto es algo más que un objeto, es la puerta al pasado. Da escalofrío-vértigo pensar en las manos que depositaron la caja con la fe de que algún día se abriera. No sabemos quién fue pero ya puede descansar tranquilo, mensaje entregado, objetivo cumplido.
Apenas unas manchas de moho sirven para desmentir que todo se pasa, todo se olvida o todo se rompe; los recuerdos no. Y si están bien conservados mejor porque nos dan una imagen de aquel día en el que los próceres de la patria se reunieron entorno a la estatua de Cervantes frente al Congreso. De ellos no nos queda más que el recuerdo en estampas litografiadas y unas monedas que dejaron de ser de curso legal hace mucho tiempo.
Nos podríamos preguntar qué objetos serían imprescindibles para encerrar en otra caja del tiempo que reflejara nuestra actualidad: por ejemplo la foto de Belén Esteban, (pero no vale porque dentro de cien años estará aún más joven), quizá un disco de Raphael por el que no pasa el tiempo, alguna jaculatoria de Bono y vaya usted a saber si unas estampas de la casa de “Gran Hermano”. Quizá lo más aconsejable sería una caja del PSOE, otra del PP, otra del Gobierno, otra de los sindicatos, otra del obispado y una última con los objetos que vote el público en un programa de televisión. De esa manera el tipo que la encuentre dentro de dos siglos se hará una idea de cómo nos las gastábamos por aquí.
Este hallazgo puede provocar una avalancha de topillos anónimos a la caza del tesoro, ¡y qué mejor ciudad que Madrid para hociquear entre la tierra fresca! Nos va el “desentierrin”, una palabra que podría definir nuestra costumbre por cotillear en el pasado sin respetar objetos, momias, santos, poetas, ni reyes, ni generales. Recordemos al entonces consejero de Cultura, Gustavo Villapalos, cuando buscaba como un poseso la tibia de Velázquez en la Plaza de Ramales, afortunadamente el fantasma del pintor supo huir a tiempo de la voracidad por la Historia.
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