Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Una de las primeras consecuencias de haber nombrado a Alberto Oliart director general de RTVE es que, al fin, los españoles le podrán ver en color. Cuando don Alberto ejerció sus funciones como “tri-ministro” la mayor parte del territorio nacional tenía una tele en blanco y negro con su correspondiente pañito de ganchillo, y un par de antenas orientadas hacia Prado del Rey. De entonces a hoy, él ha engordado en experiencia y la televisión ha adelgazado en grosor.
Le podían haber dado el Planeta por su excelente libro de memorias, “Contra el olvido”, (le dieron el Comillas), pero en cambio le han premiado con el sillón del Ente Público que no debe ser muy placentero a juzgar por la prisa que se dan en salir quienes lo han ocupado. Luís Fernández le ha dado el relevo que en este caso es el mando a distancia y le ha dejado el despacho y el teléfono que al descolgar se oye la voz de Teresa Fernández de la Vega, como si fuera un “Lunni” más.
Mucho se ha subrayado su edad en comparación con los cuatro mil “caídos” en las prejubilaciones de RTVE y que tienen treinta años menos que él. Pero Alberto Oliart no tiene la culpa de que para encontrar a una persona de consenso el PSOE, y el PP, tengan que remontarse al jurásico de la UCD.
Pocos han reparado en otro de los méritos que le acompañan, el de haber sido suegro de Joaquín Sabina, que ya es mucho. Es de esperar que aguante en el cargo por encima de “lo que duran dos peces de hielo en un güisqui on the rock´s”. Más de 19 días y 500 noches.
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