Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
J.A.A. pasó de creer en los Reyes Magos a ser un pandillero, dejó los juguetes y los cambió por navajas y una manera de conducir temeraria que tenía en jaque a los coches patrulla. Su vida era la reedición de la de “El Vaquilla”, pero supo bajarse a tiempo, ahora ha dejado el delito para montar una empresa legal.
Valga su ejemplo para aquellos que buscan la gloria a punta de navaja y que terminarán en un centro de menores sin que Los Chichos le hagan una rumba. En su adaptación ha sido clave el trabajo de la Agencia de Reinserción de Menores de la Comunidad de Madrid; cierto que era un “bala” pero ya no será un bala perdida. Coincido con Arturo Canalda, el Defensor del Menor de la Comunidad de Madrid, en que somos producto de la educación y del entorno, pero también es verdad que la delincuencia no es un camino sin retorno. Otros jóvenes como J.A.A. han podido elegir el oficio de chico malo como una salida personal. Ser alguien en una banda es un título nobiliario que siempre acaba mal.
A nuestro protagonista un juez llegó a decirle que era “el peor delincuente que había visto nunca”, y quizá ahora el togado sea cliente de su empresa que ya tiene cerca de treinta empleados. Por lo tanto no hay sentencias que duren cien años, ni comportamientos que no se puedan superar. Ha pasado de alunizar con el coche a alucinar con la tarea de ser un pequeño empresario. Su caso no es el primero, antes que él hubo otros, quizá el más famoso fue Jose María “El Tempranillo” que dejó de perseguir diligencias por Sierra Morena para ponerse de parte de los picoletos. Hoy, otros ex delincuentes dan cursos de conducción extrema a miembros de las fuerzas de seguridad.
Este joven salió del “lado oscuro” sin aparentes heridas, tan sólo la cicatriz de la mirada, (esa no se pierde nunca). Ahora lleva corbata y respeta los pasos de cebra.
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