La momia de Michael Jackson

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Decía Jardiel que “los muertos son gente estirada y fría”, y porque no conoció a Joe Jackson, padre del difunto rey del pop. A Joe, (sin acentuar en la e), le apasiona la necrofilia y por eso guarda el cadáver de su hijo en una nevera industrial. Menos mal que Joe no es español porque no se conoce a otro país que disfrute más con estos asuntos del más allá, de ahí que aún siga teniendo tirón “Cine de Barrio”. Sin duda que del muerto hubiéramos hecho unas cuántas reliquias que, a su vez, habrían sido vendidas en el top-manta junto a los discos tostados del cantante. No sabe Joe, (esta vez sí se puede acentuar porque más que nombre sería exclamación), lo que nos dio de sí el brazo incorrupto de Santa Teresa, y la cantidad de plumas que se dejaron los arcángeles en sus vuelos evangelizantes por la península. Entre huesos, sangres condensadas y hábitos santos tenemos una amplia casquería celestial de la que presumir.
Un día de estos que tengamos tiempo y no estemos de guerra en alguna parte del planeta no estaría mal hacer una legislación que protegiera a los muertos del negocio de los vivos. Mientras decide qué espectáculo hará durante el entierro de su hijo, y a qué cadena de televisión le vende los derechos, Joe mira el cadáver como el que babea con sus finanzas en Wall Street. Michael fue un negocio para la familia desde que era un niño y no van a dejar que se les agote el filón por la simple circunstancia de su fallecimiento. Habida cuenta del resultado económico que le pueden sacar, Joe tendría motivos para darle una paga de beneficios al médico que se distrajo pidiendo una pizza por teléfono mientras el cantante agonizaba, igual tomó las convulsiones por otro de sus bailes eléctricos cuando en realidad eran los efectos secundarios de una vida bastante primaria. Jackson fue la primera persona que puso de moda la mascarilla y se fue a morir días antes de la pandemia de gripe A.
Sería útil una ley que protegiera a las celebridades de sus familias. Michael Jackson no le hizo caso a Freud cuando recomendaba que había que quitarse de encima al padre para crecer. Otro tanto le ocurre a Larsson cuyos derechos de autor han ido a parar a esas personas con las que no se hablaba: padre y hermanos.
El difunto debería extender su condición civil de persona unos cuántos días pasado el óbito para así poder defenderse de los herederos. Una norma que dijera que se nos tiene que respetar, por lo menos, hasta una semana después de enterrados. Bécquer se confundió: los muertos no se quedan tan solos. Y menos si tienen un padre “fenicio” al que le brilla el diente de oro.

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