Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Amaneció el sábado en Vallecas con el aire quieto de finales de julio, con veintisiete grados a las nueve menos cuarto de la mañana la sangre se vuelve perezosa y espesa; hacía bastante calor así que al asesino de María Mercedes le debió costar extraer el cuchillo clavado en su diminuta caja toráxica. Le clavó el arma hasta que la niña dejó de pedir ayuda, de una manera tan cruda como eficaz. Ahora la policía busca “la caja negra” que explique lo ocurrido, para llegar a la verdad el forense tendrá que introducir sus dedos por esos boquetes que dejó la ira, el más profundo tiene dieciséis centímetros. Y desde las heridas llegar al mango del arma que a su vez llevará a una mano sin alma; sucede igual en todos los asesinatos. Brillos mortales al amanecer decía la letra de Mecano. Una vecina escuchó los gritos de la pequeña pero no llegó a tiempo porque el asesino atacó rápido como un tigre. La vecina apenas pudo taponar la herida con una toalla pero el algodón se empapaba a la misma velocidad a la que se le marchaba la vida a María Mercedes, una vía de agua oscura mortal de necesidad. Dicen que hasta ese momento había cierta calma en la calle, todavía no estaban abiertas las tiendas, así que el cuchillo debió despertar a los pájaros y los gritos de la niña a los vecinos, entre ellos a la que se apareció con la toalla. La desgracia se completó en Pico Cejo cuando la madre llegaba a los pocos minutos para ver cómo la cabeza de su hija colgaba hacia atrás igual que una muñeca de trapo. Llevaban dos años alquiladas en el piso hasta que la muerte decidió hacerles una visita a horas tempranas. Tendríamos que remontarnos varias décadas atrás para encontrar un crimen tan atroz en las calles de Madrid. Y más de cien años para recordar “el crimen de la calle Fuencarral” que inspiró un relato a Pérez Galdós. Hasta que el juez no recomponga el relato de los hechos cualquier hipótesis es posible, desde que el cuerpo de Maria Mercedes haya sido objeto de una venganza dirigida a su madre, hasta una agresión sexual, incluso el producto de una mala resaca de alcohol y drogas. El juez tendrá que unir esas pequeñas piezas que conducen a la verdad a través de las pistas que dejan siempre los asesinos. Era muy temprano, ella menor. Los enajenados no saben ni de inocentes ni de horarios.
Compartir: