Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
A Michael Jackson le cantaron, le bailaron y le montaron un circo de cuerpo presente que por desgracia él se perdió y eso que estaba en primera fila envuelto en un ataúd tan dorado que nadie diría que era de oro. Fin del espectáculo. Hasta que ocurrió la desgracia de Lady Di, (si entresacamos su final de su “desgraciada” existencia), no se tenía muy claro que los funerales dieran audiencia; a partir de este momento cada vez que fallezca un músico acudiremos a los registros de pantalla para conocer su aceptación social. Ya que la música no se compra sino que se descarga al menos que sepamos cuánto de descargado, (por admirado), era ese cantante.
Aquella idea de que el luto era algo privado, familiar, un momento en el que los deudos buscaban el consuelo de la lectura de pasajes de la Biblia se ha terminado; al menos en Hollywood donde al muerto se le hace una coreografía y luego se venden los dvd´s por correo. Por lo tanto que a nadie le extrañe si en algún canal de televisión local empiezan a ofertar la posibilidad de conectar con las salas del tanatorio para dar una visión de “Gran Hermano” vestidos de negro. La idea se complementa con reportajes a los familiares y con testimonios de personas que conocieron al finado y que mantuvieron con él relaciones que su familia ignoraba. Semejante caos en los tanatorios provocaría increíbles picos de audiencia que darían a su vez unos pingues beneficios a la empresa autora del formato.
A Jackson le hicieron una fiesta con guión escrito al detalle, un acto que tenía escaleta y regidor, una manera de decir adiós que es poco corriente. Michael Jackson aún dentro del ataúd fue capaz de hacer taquilla. Si hubieran paseado al muerto por las cincuenta ciudades a las que tenía pensado asistir con su gira, habría llenado estadios igual que si hubiera estado vivo. Por lo tanto nos podemos cuestionar si nos interesaba tanto su obra musical o su duelo; es imposible que los millones que siguieron la ceremonia llorasen de corazón por alguien a quién apenas conocían. A la televisión le seguimos dando un poder maternal que nos tiene unida a sus emociones a través del cordón umbilical del mando a distancia. Un niño destripado en Irak cuando sale en un telediario no nos conmueve pero nos echamos a llorar al ver a la familia Jackson.
La manera de “disfrutar” del luto ha variado mucho, no tanto por la parte exhibicionista del dolor sino por la de sentarse con unas palomitas a ver cómo le cantan a un muerto. Este pasarlo bien mediante pasarlo mal seguro que tiene una explicación sicológica. No descarten que en próximos funerales el ataúd sea articulado y así el muerto pueda firmar autógrafos.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion