Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El desbloqueo de la situación administrativa de la Cañada Real es una mala noticia si eres cabra pero una muy buena si eres persona y malvives allí. Durante los últimos veinticinco años ha crecido en Madrid una región sin ley donde se ha traficado con droga, se han consentido asentamientos ilegales y se ha permitido que el “far west” conviviera a catorce kilómetros de la Puerta del Sol. Demasiado cerca como para no darse cuenta pero sabido es que la administración cuando se hace la loca, se lo hace. La Comunidad ha mirado el problema de cara y le ha quitado las trabas absurdas que permitían este agujero negro en la legalidad. En adelante el currele corresponde a los ayuntamientos que han de realizar un censo del infierno y contar a las almas perdidas.
Los ecologistas que ahora reclaman el uso agropecuario de la Cañada han estado otros veinticinco años sin importarles las condiciones de vida de sus habitantes. La última vez que pasó un rebaño con pastores por la zona aún se emitía “Crónicas de un pueblo” en la tele del blanco y negro. Desde entonces los únicos animales que transitan la zona son unas ratas sobre las que podría cabalgar Búfalo Bill; y salvo que las ratas sea consideradas rebaño trashumante no hay lugar a la reclamación verde.
La pintura en las cuevas es considerada arte rupestre pero no es de recibo que algunos madrileños vivan en las cavernas, o que otros listillos se hayan construido palacetes que roban la luz de los postes de alta tensión. Qué fácil es contarlo y cuánto ha costado llegar hasta aquí, tanto tiempo que hasta se han aburrido las cabras.
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