Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Se puede vivir como un niño y morir como un viejo cuando ni siquiera se ha estirado la madurez, efectivamente Michael Jackson.
Hay que tener en cuenta los trabajos extras que ha tenido que hacer la muerte para dar con él: primero se operó la nariz, luego se alisó el pelo, más tarde fue mutando el color de su piel hasta conseguir un rostro y una tonalidad que le acercaba a la categoría de figura viviente del Museo de Cera. La muerte ha tenido que buscarle entre las pastillas para diversas hipocondrías, ha tenido que acceder a su vivienda que en realidad es un parque infantil donde no hay ascensores sino montaña rusa. La muerte ha trabajado mucho para llevarse por delante a Michael Jackson, ni siquiera la presencia de su médico en el momento del ataque le valió para nada. La moraleja es que ni los ricos hipocondríacos se pueden librar de la parca, y también que a veces es mejor no tener un médico cerca porque te puede jorobar del todo con una inyección inoportuna, (ya decía Jardiel que los médicos son aquellas personas que nos acompañan a la muerte con términos griegos. La versión más popular la encontramos en la letra de “Pedro Navaja”: “si naciste para martillo del cielo te caen los clavos”).
De nada le valieron guardaespaldas orondos y mascarillas para no coger virus; poco hicieron por él las botellas de oxígeno que le acompañaban en un dormitorio asépticamente cerrado y con sábanas anti alérgicas que serían pasadas por lavadoras dotadas de filtros para ácaros. Tenía que llegar su hora y esta vez no pudo huir a pesar de tener los pies más rápidos de la historia del pop. Ahora sus fans cantan un “miserere” bailón y contagioso, ellos le perdonan todo menos que no se levante del ataúd para rodar la segunda parte de “Thriller”.
Jackson es un producto de la fantasía de Orwell, el primer hombre enjaulado por el éxito. Dicen que temía acabar como Elvis, quizá por eso se casó con su hija para no defraudar a su propia biografía. Pero Elvis tuvo algo más de libertad hasta que llegó a la edad de las pastillas; en cambio Michael Jackson creció a base de pastillas hasta que dejó de tener edad para trocarse en un ser extraño con facciones de experimento de laboratorio. Nada había en él que fuera natural. Le ha llegado la muerte atrapado en su propio laberinto.
Le lloran como un faraón en su pirámide, le reclaman un bis que no va a ser posible porque aquel que tanto ritmo tuvo en vida ya no puede escuchar nada. No sé cómo será su epitafio pero podría copiar el de Groucho y decir: “disculpe señora que no me levante”, (y le saque a bailar). La muerte es así: indiscriminada y faltona, poco podemos hacer contra ella, (en todo caso échale la culpa al boogie).
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion