Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
¡Hale!, con un par: todas las obras a la vez. La ciudad es un circo y el alcalde el jefe de pista que anuncia varios números simultáneos. Por un lado los corta-calles, por otro los traga-zanjas, y más allá la pareja de equilibristas que trata de cruzar la Ronda de Atocha sin caer en una alcantarilla. A falta de orquesta que “amenice” tenemos el estrés que “amenaza”. Perfecto cuadro urbano de espantos y sirenas.
Si la paciencia fuera una virtud olímpica entonces nos darían los Juegos. Si creyéramos en la reencarnación, (y no como el niño Osel que después de años viviendo a costa de los lamas ahora dice que no cree en el Tibet), podríamos pensar que Madrid es la ciudad de los muy pecadores. Cuando no son obras son cortes de calles o las consecuencias de los trabajos de poda. La poda es una joda, maravilloso.
Cualquier otra ciudad habría pedido la intermediación de los Cascos Azules para moverse por el barrio, en cambio nosotros resistimos con una capacidad encomiable. Lo de Numancia comparado con el cerco de obras de Gallardón fue un campamento de verano que se alargó unos cuantos meses, una tontería de la época de los romanos que luego inspiró una obra a Cervantes. Aquí quisiera ver el aguante de Escipión ante las taladradoras.
¿Qué necesidad había de iniciar cincuenta obras?, tantas piquetas a la vez parecen piquetes. Y las sierras mecánicas suenan a tableteo de ametralladora antigua, de ahí que las zanjas se vean con temor de trincheras.
Busque usted una ruta alternativa que una La Latina con Plaza de Castilla pasando por Helsinki. En todas partes la distancia más corta entre dos puntos es la línea recta, menos en Madrid.
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