Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
¿Qué hacían un grupo de perros llevados por sus dueños, unidos por la correa y por el destino, manifestándose de manera conjunta?, respuesta: ciscarse en la normativa municipal y esta vez no doblar las rodillas para recoger la queja. Parece mentira pero el Ayuntamiento de Madrid ha destinado a la Brigadilla Lindo Pulgoso a que persiga a cuánto incauto ose soltar a su perro en El Retiro. Tal y como se decía en los tebeos antiguos que se vendían en la cuesta de Moyano: “¡zasca, multita y multita gorda!”. El término “suelto” no se refiere a una cuestión gastrointestinal del animalito sino a que los canes no vayan ligados a su propietario a través de correa.
Nunca se había visto una manifestación a cuatro patas en ninguna parte del mundo, (claro que tampoco hay muchos parques como El Retiro que tengan al diablo como ángel defensor). De momento ladran poco pero están dispuestos a enseñar los dientes porque se saben perseguidos por la santa y perruna nueva inquisición. Dicen que los guardias se esconden de perfil tras los abetos y que aprovechan la menor ocasión para saltar al camino y gritar: ¡te pillé! Los hay que coleccionan multas que suman cerca de los dos mil euros, un dineral si tenemos en cuenta la proporcionalidad entre norma y sanción.
Con el reglamento antiguo los podían soltar de 7 de la tarde a 9 de la mañana, lo cuál era un horario generoso que no coincidía con niños en los columpios ni con las ancianitas con bastón. La dificultad radica ahora en explicarles a los perros que no pueden caminar solos; ellos no entienden de reglamentos y le miran al dueño con cara de periquito enjaulado.
Es posible que entre las necesidades sin resolver que tiene Madrid lo de impedir que haya perros sueltos en El Retiro no sea una prioridad, (siempre se puede discutir en un pleno con Ana Botella defensora de las correas de Dior). Y quizá ese esfuerzo sancionador de agentes y cursillos de técnicas de camuflaje sean otro dispendio innecesario. Convertir ese parque, de natural encantador y sugerente, en una pelea a “cara de perro” tampoco parece una solución.
Los concentrados denuncian el doble rasero que permite al alcalde pasear a su “beagle” sin ataduras, bien es verdad que el término “correa” no está bien visto en el PP. Llevados por la desesperación pudiera darse el caso de que estos dueños dejaran de recoger los excrementos; entonces no hablaríamos de “brotes verdes” de la economía sino de “brotes marrones” de los nuevos Mosqueperros. Una solución sería declarar al perro como sala de fiestas y pedir el oportuno permiso, entonces pasarían cinco años sin que nadie les molestara por culpa del silencio administrativo.
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