Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Podemos presumir de Palacio, de Familia Real, de la mejor generación de deportistas de todos los tiempos, de instalaciones, de proyecto y de apoyo unánime a Madrid 2016 pero por encima de todo eso los miembros del COI se han llevado la idea de lo cariñosos que podemos llegar a ser cuando queremos. “Estos de Madrid son tan enrollados que hasta nos han sentado en el comedor donde estuvo Carla Bruni”, (podrían decirlo sin faltar a la verdad; allí dónde Sarkozy hipnotizaba a su Carla se sentaba un nadador ruso, Alexander Popov, que por altura y capacidad es cruce de jirafa con delfín).
En la última jornada no comieron perdices sino solomillo con ajos tiernos, pero se fueron felices como los protagonistas del cuento. Y para que no faltara detalle el capítulo final incluía la despedida en Palacio con una princesa, un príncipe, un rey y una reina. Madrid no ha podido volcarse más. Cogerán un vuelo para salir de la ciudad porque ya tienen la tarjeta de embarque, pero podrían flotar en nubes sin problema. Es más, seguro que no se han visto en otra. La organización no les ha bajado del podio en cinco días, lo cuál sin acudir a técnicas de hipnosis tiene su mérito.
Con protocolo casi taurino el rey daba la venia para que los invitados fueran pasando al salón de uno en uno. La primera en salir de chiqueros fue la presidenta de la delegación, la marroquí Nawal el Moutawakel, con la que don Juan Carlos no pudo ser más cariñoso y más expresivo. Durante los cinco minutos que duró el besamanos el rey ejerció de español divertido. Por la Salita Gasparini desfilaba lo más granado del deporte español, sólo faltó Fernando Alonso, (en los Juegos dejan participar con un caballo y su coche tiene cientos de ellos). Tan importante como conocer las instalaciones olímpicas era que los delegados del COI tuvieran contacto con Rafa Nadal y con Raúl, los últimos en pasar por la Gasparini y los más esperados. En la antesala compartieron bromas, apretones en el brazo y buen rollo deportivo. Don Juan Carlos mostró una “real admiración” por el tenista, ese joven mallorquín que todos los domingos gana y hace que suene el himno. Doña Letizia saludaba a la campeona paralímpica Teresa Perales, ambas compartían el título honorífico de ser las chicas guapas del “baile”.
El último detalle se vio en el brindis cuando Nawal el Moutawakel levantó la copa con zumo de naranja, no en homenaje a la subsede de Valencia, sino porque su religión le impide probar el alcohol. La organización estaba hasta en el detalle de lo cítrico para que no resultara muy ácido.
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