Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Pedían los sindicatos por las calles de Madrid algo que por confuso produce ternura, el cambio del modelo productivo. Si el modelo ya no produce entonces más que cambio habría que pedir una revolución en el sistema, no hace falta ser líder de los sindicatos para darse cuenta de que los trabajadores son los primeros en sufrir la crisis. Ya que uno se lanza a la calle con la pancarta lo que menos se espera es que las consignas sean sólidas y las reivindicaciones gloriosas. Pedir cambios en el sistema pero por otra parte apuntar acuerdos de Estado en materia económica, como decía Fernández Toxo, es un lío. O somos “El Ché”, o somos el padre Mundina, hay que elegir entre las medidas drásticas y la jardinería social.
Los sindicatos que ahora denuncian el perverso modelo del ladrillo amparado en la época de Aznar son los que en su día llegaron a un pacto con Javier Arenas. A veces algo de autocrítica y asumir los pecados allana el camino de la sinceridad porque el pasado, en algunos casos heroico, de la lucha sindical en España no merece ser rebajado con agua. Esos mismos sindicatos son los que le han bailado a Zapatero, los que han estrechado la mano de la patronal y los que pasan de los autónomos porque no pagan cuota. Pero, ¡oh, casualidad!, la primera vez que se manifiestan es contra Esperanza Aguirre, paradigma de “la maldad liberal privatizadora”.
Han perdido una ocasión magnífica para acabar en las puertas de La Bolsa y exigir que una cuerda de presos salga rumbo a Alcalá Meco. Si el Gobierno de la Comunidad ha cometido tropelías la misión de los sindicatos es denunciarlas, y en su legítimo derecho están, pero si la medida más urgente es pedir que Aguirre autorice un complemento al desempleo entramos de lleno en la melancolía. Quizá habría que decir, sin miedo, qué servicios públicos están dispuestos a reducir: ¿qué hospitales, líneas de metro o cualquier otro servicio se está dispuesto a renunciar?
Ahora bien, si en la romería se saca a Esperanza Aguirre como a los santos en los pueblos cuando hay sequía y se logra, milagrosamente, que el Gobierno avale las facturas de las Pymes, tal y como ocurrió ayer, entonces fantástico. Peor que no tener fe es no saber a quién se le ponen las velas.
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