La boda

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

A cualquier observador avezado no le hace falta más que cuadrar las imágenes de la boda de Ana Aznar en El Escorial con las páginas del libro “Los Ppijos”, (ed La Esfera), para descubrir las esencias del aznarato en estado puro. Por eso cuando ayer Ana Botella pedía reconocimiento para la época de Aznar todos los de la ejecutiva silbaron mirando a otro lado.
Los hay que han quemado hasta el chaqué para no dejar huellas porque con esas imágenes y con el libro se puede desmontar el Imperio creado por aquel régimen con capital en Perejil. Si el de Felipe González cayó por las segundas bodas y por darse al golf, el de Aznar va a caer por la gomina y esa forma chulesca de entrar en El Escorial con un puro en la mano. Si Felipe II, emperador por cierto, hubiera visto a esa panda de pijos los hubiera mandado a freír puñetas o a la mismísima Inquisición a que les dieran vuelta y vuelta.
Una vez quitada la pátina de hortera que tenían los presentes se quedan en nada, en apenas unos delincuentes comunes de los que trabajan a comisión, unos choris de los muchos choris que se conocen. Dios los cría y ellos de “platajuntan” en sociedades interpuestas como mejillones adheridos a las rocas del puerto.
Lo único que les puede salvar son las fotos de Garzón vestido de Leguineche, de uno más de “La Escopeta Nacional”. Si el juez asume su atuendo entonces empezará a entender mejor a los demás, lleven puro en la mano o bigote de Dalí.

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