Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Nunca pensé que las orillas de los cinco ríos del averno que surcan el Inframundo estuvieran tan lejanas unas de otras, casi con una separación en la que cabe un mundo intermedio que amenaza a los vivos. La distancia entre el río Aqueronte, Cocito, Flegetonte, Lete y Estigia están pobladas de caníbales de los papeles secretos, de sujetos que pertenecen al reino del más allá pero que hacen su vida en esta tierra. Entre las brumas de esos ríos se crían los esbirros del mal que ahora han sacado una pierna del cieno para meterla en la política madrileña. Manchado queda el suelo y manchados quedan los prestigios. En el Siglo de Oro algunos hubieran tirado ya de espada.
No se habla de otra cosa y el pasmo es generalizado, a mitad de camino entre el horror, el miedo y la chapuza. El verdadero poder nunca estuvo en los elegidos por las urnas sino en los amos de las cloacas, en esos reyes de lo fétido que son capaces de camuflarse en una enredadera. No se habla de otra cosa que de los espías que no terminan de aparecer pero cuyas consecuencias las leemos todas las mañanas; como si durante la noche llenaran la ciudad de octavillas para alimentar el hambre de cotilleo.
Los ríos que acotan el reino de Hades vienen cargados de monstruos de siete cabezas y nueve ojos, seres descarnados que hablan con voz de viento podrido. Quizá nunca sepamos a qué órdenes obedecen puesto que trabajan en el límite de la vida y la muerte. Quizá pasen años y llegue el ?nunca? sobre la investigación de este proceso.
El momento del desgaste entre los políticos es brutal, tanto como si Caronte les metiera en su barca a empujones llevándoselos río adentro, a la profundidad para luego dejarlos dormir en el silencio del inframundo.
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