Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Según los meteorólogos estamos en una ?alerta naranja?, traducido al lenguaje de los árboles es que éstos se doblan y se descoyuntan sobre los coches hasta romperles los cristales, y que las cornisas amenazan nuestras cabezas con golpes de ira, (ninguna maceta está a salvo de lanzarse como un atleta desde el trampolín). Dice mi amigo Javier Blanco que al eucalipto que hay en su casa de Madrid ?se le han puesto hojas de loca?, una metáfora de la violencia de los elementos, de esta furia a la que debemos guardar un respeto si no queremos acabar de mala manera. Cuantas más hojas tiene un árbol mayor es su capacidad de discurso con el viento que le hace hablar; en algunos casos les hace chillar de frío en las noches de las calles desiertas. Lo más parecido al terror es escuchar a un árbol pedir clemencia cuando más arrecia la fuerza de Eolo, aquel Dios que se quedó con el monopolio de espantar rebaños y de levantar las olas sin permiso. Todos llevamos un pequeño Eolo dentro que sale una vez al año cuando tenemos que apagar las velas del cumpleaños, luego regresa a la caverna de los pulmones y apenas asoma en algún estornudo inoportuno.
Desde noviembre llevamos metidos en todo tipo de alertas climatológicas, cuando no llueve es que nieva y cuando no toca huracán, de tal manera que el seguimiento de la información meteorológica en la tele es muy parecido al show de aquellos planos con los que el orondo general Schwarzkof nos contaba las operaciones en la primera Guerra del Golfo. Ese puñetero aire desbocado es capaz de levantar tejados y de matar a cuatro niños en un polideportivo de Barcelona. El viento es el único fenómeno contra el que no cabe remedio: no sirven ni los paraguas ni las gafas de sol. Una vez ido para siempre, una vez haya pasado el temporal del fin de semana nos podemos preguntar dónde se oculta el viento cuando se cansa de arrastrar las nubes a la carrera.
En el encuentro con internautas del PP, Esperanza Aguirre decía que había amainado el temporal, pero quizá no se refería al viento que en ese caso más bien parece provocado por efecto de un aparato eléctrico que alguien controla a voluntad. Los vendavales en política rara vez se deben a causas naturales y hay que fijarse en quién se puede beneficiar de ellos. El PP es un partido que se lleva bien en lo virtual, en Internet, pero que luego tiende a la bronca en cuanto hay cielo abierto.
En el Antiguo Testamento el viento era una de las formas que adoptaba el Espíritu Santo cuando no se dedicaba a quemar zarzas con un rayo. Así que cabe alguna interpretación teológica del asunto, algo que no alcanzo desde mi pequeña atalaya de agnosticismo.
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Etiquetas: la gaceta de salamanca, opinion