Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Lo ha dicho Jane Goodall, reconocida primatóloga: ?deberíamos admitir que producir sufrimiento en seres sensibles es éticamente problemático?. Las palabras de Goodall sirven para simios, grandes simios, y primates de toda condición, entre ellos el ser humano subdivisión español endeudado. Ahora que el término ?suspensión de pagos? ha vuelto a nuestro cotidiano veremos como grandes edificios se van al fondo igual que el ?Titanic?, (técnicamente los hicieron perfectos pero la grieta de la crisis los envió al fondo). La primera burbuja inmobiliaria fue la Torre de Babel, ese rascacielos que Dios mandó parar porque le quitaba las vistas sobre la creación que tanto le había costado.
No hay mayor poder que el del ladrillo, lo del cielo está por demostrar y ya veremos quién nos presta el crédito para la salvación eterna y qué Euribor se le aplica, pero aquí en la tierra un constructor manda mucho. Si el ?historiador? romano Estrabón hubiera escrito hoy, sin duda diría que una ardilla podría cruzar Hispania de punta a cabo sólo pisando suelo de Martinsa, (pero ni Estrabón era historiador sino geógrafo, ni fue romano sino griego; en las tradiciones orales también hay burbujas especulativas). Ya puestos a contar la verdad espero que no duela desmontar la teoría de la ardilla saltarina, a fin de cuentas no es nada comparado con el cuento del ladrillo que nos han vendido con gran entusiasmo capitalista. Ahora sabemos que Cenicienta no perdió un zapato sino un crédito y que el Príncipe era un liberal ofendido porque le habían dado calabazas. Y las hipotecas le comieron por los pies al volverse ratones hambrientos; todo bajo la atenta mirada del regulador que era un reloj de cuco tan puntual como insobornable.
Los mismos tipos que aparecían en La Bolsa con sus trajes de corte británico, corbata de nudo de ahorcado y zapatos italianos, son incapaces de gestionar el varapalo. No están entrenados para perder, en su manual de instrucciones no aparece el capítulo de las excusas, por eso permanecen bloqueados como azafatas confundidas ante la puerta de emergencia. Son tantas las turbulencias de los mercados que la información bursátil habría que darla en televisión como se hace con la del tiempo: con isobaras, iconos de tormentas y chaparrones. De repente se les ha ido esa mirada hipnotizante que llevó a millones de españoles a comprar sus promociones, compradores a los que han dejado con la llave al aire. Al menos podían haber tenido el detalle, antes de suspender pagos del todo, de crear un gran muro de las lamentaciones donde pudiéramos llorar como Boabdill por el ?hipotecón perdido? y esos jardines que tan lustrosos aparecían en los catálogos de venta de pisos.
Jane Goodall podría concluir que el hombre es el único mono triste porque sabe que va a morir, en cambio el gran simio ignora el significado de la palabra hipoteca. Quizá cuando Zapatero exclamó: ?¡a consumir!? se refería a que nos fuéramos comprando un cucurucho de cacahuetes. Con eso y una selva, ¡qué más quieres, hombre! Esto nos pasa por confundir libertad con el consumo, y el ladrillo con el alma. Que Solbes nos ayude a descender de esta Babel deshinchada.
Compartir: