Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Cuando Mariano Rajoy le devolvió la carta a Carmelo, el experimentado maitre de Zalacaín, no podía imaginar ni por asomo que el menú fuera él. Esperanza Aguirre lo tenía más claro, hizo su elección en apenas un segundo. Ese día el presidente del PP tenía ganas de comer ?algo? pero no había centrado el apetito, así que la presidenta de Madrid le ganó en la comanda. Uno nunca debe quedarse dormido ante un pistolero ni ante el maitre de un restaurante bueno; los clientes habituales devuelven la carta sin apenas abrirla porque la carta es algo más que tipografía ilustrada. Al PP le falta un Carmelo que les organice el menú que por ahora es un caos de platos sueltos y sabores perdidos.
Rajoy se dio cuenta de que él era el planto principal, pero tarde. Aguirre le comía por los pies y el ruido del agua en ebullición le tapaba sus explicaciones; cuando el agua hierve a noventa grados no está uno para florituras. Aquello más que una reunión entre colegas era un tratado de antropofagia política, sólo le faltó a Esperanza danzar alrededor del caldero. Lo importante de la reunión no son tanto las propuestas políticas como saber qué comieron; por parte de Rajoy está claro que pidió un pescado sin espinas aunque debió pedirlo sin asperezas. Aguirre eligió verduras al vapor de los nuevos tiempos y de segundo un plato de caza al horno, (para demostrar que no está el horno para bollos), servido con patatas a la importancia y salsa de ?Albertito, calladito estás más mono?. Por suerte para Rajoy, Carmelo entró en el reservado con la cuenta antes de que Aguirre se comiera el corazón de la manzana que, en términos metafóricos, era el corazón del presidente del PP. Igual que hizo Toro Sentado con Custer.
En cuanto a quién pagó la factura no tengo ninguna duda. En plena campaña electoral, y preguntada hábilmente por el presentador de ?El Mundo en Portada?, Aguirre respondió: ?¿las cerezas que pidió Manuel Pizarro en el mercado?, ¡naturalmente, las pagué yo!?. Era una manera de demostrar que Pizarro está en la macroeconomía y ella en el precio del pan. Como queda demostrado por la realidad es mejor llevar suelto en el bolsillo que ser el fichaje estrella para que luego te dejen en el banquillo. ¡Y ni siquiera te inviten a Zalacain!
Salvando las distancias, a Rajoy le debió ocurrir algo parecido a lo que le pasó a Primo de Rivera cuando el 19 de julio de 1924 visitó el campamento legionario de Ben Tieb. El Tercio deseaba recuperar el honor perdido en Annual contra Abd-el-Krim, y el dictador fue recibido con un menú que era un homenaje al colesterol, todo llevaba huevo. A Aguirre sólo le faltó pedir de postre un flan.
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