Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Antes de que anocheciera la plaza de la Luna se convirtió en un inmenso parque temático de las pasiones, un lugar acotado para besar y ser besado. El beso es la confirmación de que por la boca muere el pez pero también revive una princesa a un canalla con las patillas largas. Hay en el beso democracia horizontal y alegría de la carne viva.
Ya puestos a buscar una plaza para algo, un día para algo, un encuentro para algo, es mejor hacer una quedada de besos que una para comer paella, (sin desmerecer al arroz levantino que también tiene su encanto); pero cuando la boca se tiene ocupada de besos nadie siente hambre. Todo beso ha de ser carnívoro sin pasarse, mortífero sin llegar a las últimas consecuencias y muy descarado, (como debe de ser). Porque la boca es un buzón del deseo donde uno puede depositar sus palabras en forma de mensaje, y el beso es un secreto entre dientes que luego se remata con la punta de la lengua.
Una vez descubiertos los polos y colonizadas las últimas islas de La Polinesia, el gran reto pendiente del ser humano está en la boca que todo lo trastoca, por ese cielo abierto a sensualidades carnales. Para no perderse es mejor un labio mejor que un astrolabio.
Lo de la Plaza de la Luna ha sido un ensayo para hacer una foto. Luego cada uno a su olivo para hacer de mochuelo. Pienso, ahora, en las bocas vacías de afecto a las que hace tiempo no les llega un rayo de la Plaza de la Luna.
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Etiquetas: madridiario.es, opinion