Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Como en el cuento aquí hace falta que haya alguien que diga que el candidato está desnudo, y esa renovación a la que Dragó llama «la tercera España» y a la que dedica gran parte de su nuevo libro calificándoles de «españoles sin partido, por lo tanto enteros», marcará las diferencias. El voto joven, y de los que se resignan a dejar de ser jóvenes, tiene un valor impresionante en estas elecciones porque les han dejado la última piedra de la balanza, y la pueden poner en el lado que consideren oportuno puesto que no tienen compromisos adquiridos. Los de la banda del patio, esos que votarán por primera vez en unas generales, tienen la llave de la gobernabilidad. Son pragmáticos y están poco contaminados por las ideologías, rechazan la tensión de los dos partidos mayoritarios y entienden la política como una forma de gestionar en su sentido más práctico. No son monjitas que obedecen a consignas de grupo y hasta es posible que anoche no vieran el debate, o lo siguieran de forma bastante crítica por no decir distante. No han ido a un mitin en su vida y tendrían dificultades para distinguir a un candidato de un quinqui en una rueda de reconocimiento policial.
Se lo han puesto a huevo, son españoles libres que no obedecen a consignas. Los de la banda del patio, compuesta por Dieguitos y Mafaldas, sienten pudor de las broncas políticas de las que tan lejos están. La maquinaria de propaganda se ha fijado ahora en ellos, quizá tarde. Los mensajes han estado dirigidos a los grupos habituales pero a éstos no los han tenido en cuenta porque nunca habían tenido tanta importancia. Les temen porque todos juntos pueden formar la masa crítica de la abstención pero tampoco tienen muy claro si movilizarlos por si acaso votan lo que no conviene a Rajoy, o a Zapatero. Podría darse la paradoja y que su reacción fuera un mayoritario voto en blanco que se debería computar en escaños… unos asientos vacíos en el Congreso para dejar en evidencia su descontento. O, tal vez, elegir a unos diputados que se pasen la legislatura de espaldas, leyendo tebeos y libros, ajenos a los debates que no les incumben. Esa inmensa minoría que prefiere un verso de Juan Ramón a un capítulo de Marx tiene en sus manos el botón nuclear de La Moncloa, si lo activan el resultado puede ser sorprendente.
Esta vez los que fueron llamados como extras en la película pueden tener más peso que los protagonistas; están fuera del guión. Anónimos nuevos votantes que no han roto la virginidad de las urnas y que no se casan con nadie. Esos que el domingo echarán a caminar hacia el colegio electoral sin compromiso previo adquirido y que llaman a las papeletas de tú. A ellos, hoy, los partidos no saben si darles un beso en la boca o castigarlos sin postre. En un encuentro tan empatado les han dejado la opción de lanzar el último penalti. Ellos, los que nunca han sido titulares, tienen el gol de oro.
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