Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
No hace falta ser el sastre de Zapatero, o el de Rajoy, para darse cuenta de que estamos en campaña encarnizada. Los niveles de ?sutilina? en sangre han subido y en los partidos hay una brigadilla de ofendidos/as que se llevan el pañuelo con las sales a la nariz, a la mínima de cambio. Son esos que dicen: ?¡uy lo que he visto, que llamen a la Junta Electoral que me mareo!?, y se sofocan y se dejan caer en redondo para mayor dramatismo escénico. Se desnucan, es cierto, pero todo sea por las urnas. En lenguaje deportivo podríamos decir que estamos en el área pequeña donde todas las patadas se sancionan con penalti. Se siente. En esta parte de la campaña no se hacen prisioneros, y el que caiga en territorio enemigo ya sabe la que le espera.
Los hay que miran la realidad con lupa de siete aumentos, de ahí la lista interminable de mosqueos y denuncias. En el PP le echan la culpa a Tomás Gómez de mitinear en un coche patrulla, (no han captado que era un homenaje al final de ?Thelma y Louis?), y le quieren empapelar por unas sentidas palabras que de buena gana habría enviado por sms de haber conocido la que le iban a liar. Ese mismo gesto, fuera de campaña, no hubiera pasado de un simple chascarrillo. Para la siguiente ya sabe lo que tiene que hacer Gómez: salir de casa con el megáfono en el bolsillo para lo que sería muy práctico que lo llevara uncido al juego de llaves de casa; así no se le olvida. El otro mosqueíto viene por parte de Izquierda Unida que denuncia un presunto acto electoral de Esperanza Aguirre con Rodrigo Rato, ése en el que la presidenta dejó evidente que para hablar bien inglés hacen falta más de mil palabras, pero también con cinco de ellas se puede hacer un chiste del bonobús de Zapatero. Leticia Sabater lo decía con menos gracia: ?okey-Makey?, (Leti fue la musa de las grasas saturadas).
Asistimos a los suaves aleteos de una mariposa que debe volar entre la cristalería de palacio sin romper una copa. Difícil equilibrio cuando, por motivos electorales, la mariposa ha mutado en elefante y el palacio en cacharrería. Por lo tanto se intuye que habrá nuevos desperfectos que tendrá que solucionar la Junta Electoral. Nos podemos preguntar qué habría pasado si, hoy, Calígula hubiera nombrado cónsul a su caballo. La ?sutilina? habría llegado a niveles de pantano alemán. Decía Molière que preferimos ser malos a ser ridículos, pero no en todos los casos es verdad.
Cuando la sensibilidad sube el rubor se incrementa y todo son sombras chinescas de las que hacen ruido de puerta de caserón. No es tanto el acto en sí lo que se condena sino la falta de oportunidad. Pero la política, como la vida, como el caballo de Calígula, no entiende de limitaciones.
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