‘Gangs of Madrid’

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

Un tiro en la boca en plena tarde de sábado, luego una dependienta muerta a bocajarro durante el atraco a su pequeño comercio, y para acabar la jornada un asesinato en una fiesta nocturna: ¿Chicago años 20? ¡No, Madrid año ocho! El nivel de violencia ha llegado a tal extremo que si Scorsese buscara rodar una segunda parte de su afamada Gangs of New York sólo le haría falta acompañar al SAMUR para captar las imágenes más inquietantes de una ciudad. Madrid ha crecido, pero la delincuencia mucho más. Y no es cuestión de abrir el tópico de las nostalgias de aquellos rateros de la Puerta del Sol que tenían cierta familiaridad con los policías; de esos guindillas de marquesina de autobús no queda nada, los últimos se jubilaron y viven en Benidorm donde de vez en cuando sisan la toalla a una guiri porque la cabra tira al monte y el chorizo al pan.
La delincuencia de Madrid ha alcanzado dimensiones considerables: no es que se robe en una casa vacía, es que una banda le da una paliza a Moreno con varias personas dentro de la mansión. La Mafia SA tiene agentes no fichados que se pasean con un hierro en el sobaco y tiran de él con total impunidad porque la bruma del anonimato les protege. Ser delincuente es un oficio, y la muerte una industria que da trabajo a matones, sicarios, chivatos y matarifes de a veinte euros. Es cierto que falta policía, pero es más verdad que sobran delincuentes, no cabe uno más. Será que el cambio climático nos ha afectado al carácter, de ahí que a una pobre dependienta de local de baratijas se le aplique el rigor de un pelotón de fusilamiento, y todo por la caja del día que apenas valdría lo que cuesta la bala que la mató. A la sangre no se le puede buscar la lógica porque es así de cruel. No hay fuego amigo, es mentira.

Mientras esto ocurre, la delegada del Gobierno, Soledad Mestre, practica un funambulismo peligroso sobre la realidad. Ella camina sobre datos, encuestas y realidades, sin vencer el peso hacia uno de los lados. Nada le turba, nada le espanta como decía Santa Teresa; la delegada ejercita un misticismo ilustrado cuando se espera de ella que tenga una opinión más formada que la de un vecino que opina ante las cámaras. Algo más que un: «¡Quién lo iba a esperar con lo buenos chicos que parecían!».

Los casquillos de bala vacíos forman un montón de espanto que ni florece, ni se recoge. Madrid escrita con sangre seca es una ciudad de pánico donde de los balcones caen novias arrojadas y se forman charcos por los que navega la muerte con bandera negra. Tanta mala leche debe obedecer a algo.

Compartir:

Etiquetas: ,

Deja una respuesta

*