Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Los seguidores de la familia Alcántara, sector ?Cuéntame?, llevamos todos un momento imborrable que forma parte de nuestro álbum de fotos. Sin duda que Neil Armstrong no tendrá que acudir a los archivos de la NASA para recordar cómo fue aquel instante en el que pisó la Luna. Pues de igual forma a mí nadie me tiene que enseñar cómo fue el primer acto oficial del Príncipe Felipe, porque estuve ahí. Bien es verdad que ni él, ni yo, teníamos otra categoría más que la de niños, ni él era un Príncipe ni yo un reportero, (tendrían que pasar algunos años más todavía. A un banderillero de Belmonte le preguntaron cómo había llegado a concejal de su pueblo y respondió: ?¡degenerando, degenerando!?).
Cuál banderillero de Belmonte no habría contado esta anécdota si Jaime Peñafiel no me la hubiera recordado durante la emisión de ?El Mundo en Portada?. Por mi honor que es una historia cierta y nunca mejor dicho muy real. Cuando nació el Príncipe de Asturias, en la clínica Nuestra Señora de Loreto de Madrid, mi hermano mayor se encontraba ingresado por neumonía. Tenía este cronista seis años y Felipe de Borbón apenas días cuando una de las monjas le dijo a mi madre: ?a la Princesa le van a dar el alta, se marcha a casa con el niño?, así que mi madre me cogió por banda y nos plantamos en la recepción clínica para verles salir. Debido a mi escasa precocidad, y a que seguro que hubiera preferido que me comprara un chicle a que me tuviera allí esperando, no fui capaz de calibrar la importancia del acto histórico. También lamento no haber ido vestido para la ocasión, (pero tampoco el Príncipe que estaba en pañales). Así que mi madre y yo, y otras ocho personas entre ellos Jaime de Peñafiel, esperamos a que se abriera la puerta del ascensor. Y por allí asomó doña Sofía, entonces princesa, con uno niño en sus brazos que era el actual Príncipe de Asturias. Sonrió la princesa, y se marcharon.
Repito que no tuve consciencia de estar viviendo un momento histórico, pero si recuerdo que no éramos tantos, que tampoco había una nube de fotógrafos, ni de escoltas, y que doña Sofía era una mujer muy joven, guapa y con el pelo negro. Tal vez el pelo no fuera negro pero se me debe permitir alguna licencia en función de la edad y de que entonces hubiera sido incapaz de tomar notas en un cuaderno; eso lo dejo en manos de Peñafiel, de oficio sus realidades y sus alturas, (lo de alteza me parece un adjetivo distante y canalla).
Esta semana en la que Don Felipe ha cumplido cuarenta he recordado esta anécdota que guardo entre mi atlas de geografía personal. Afortunadamente mi hermano sanó, aquel niño en mantillas es hoy más alto que yo, y desde el sentimiento republicano pero cordial le deseo un feliz cumpleaños.
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