Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
El pasado lunes, cuando se produjo la caída espectacular en las Bolsas, tuve la precaución de caminar por el centro de la calle, no fuera a ser que llovieran brokers de las ventanas envueltas en llamas. Pero no fue así. Tampoco se veía una disminución de coches, todo lo contrario; y en los bares había las mismas colas para comer a mediodía. Era cierto que la Bolsa había tenido una fuerte lipotimia pero los españoles no cumplían el guión de una crisis como la de Wall Street del año 29. Tal vez porque alguien exageraba en las previsiones. Si era cierto que la economía se venía abajo entonces los españoles seríamos unos temerarios que se juegan el chupete y la cuna del niño en el casino. En ese caso debería aparecer el ángel de la zona euro para expulsarnos del paraíso de la moneda única con su espada flamígera, por irresponsables.
La oposición del PP, reunida de urgencia en sínodo extraordinario, predijo unas consecuencias catastróficas según se podía extraer por la forma en la que planeaba la gaviota aquella mañana de enero, (cada uno hace sus augurios como le parece más folklórico). Pero, una vez más, la realidad vino a estropear los cálculos políticos: no hubo españoles haciendo cola para adquirir pan, aceite y sal. No se produjeron atascos en las entradas de las gasolineras. No se vaciaron las calles con gente que gritaba sin rumbo con las manos en la cabeza, tal vez pronunciando palabras en idiomas extraños. Para tratarse de la anunciada batalla del euro aquí nadie cavaba trincheras con las uñas, ni se tapó a La Cibeles con sacos terreros para que no le dieran los cascotes de la inflación y la metralla del Ibex 35. Y eso que nos habían anunciado que no quedaría huella de la prosperidad pasada, volveríamos a la cartilla de racionamiento y a separar piedras de lentejas en una ceremonia propia de los años cincuenta.
Sucede que cuando el pastorcillo agota su voz anunciando que viene el lobo, y no es verdad, el rebaño le coge cierta tirria al joven tenor. Los que pregonan las siete plagas de Egipto sobre la economía nacional se irritan mucho cuando luego sólo muestra síntomas de tener un catarro. Esa percepción de amenaza bíblica no se ha trasladado a la calle donde se compran y venden pisos, donde el dinero circula, donde podemos ver carteles de ?se necesita personal?. A poco más de diecinueve días, y quinientas noches del 9 de marzo, la economía no parece que nos vaya a recortar la calidad de vida. Es verdad que ha caído el consumo de artículos de lujo pero aquí siempre fuimos de natural discretos pero de vivir alegre. Lo único que se vende mal es el discurso del miedo, eso no hay quién lo compre, (será cosa de la inflación sentimental).
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