Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
En el Teatro Real de Madrid ponen ?Tristán e Isolda?, pero la Ópera de verdad, la que tiene tensión narrativa, argumento cantado, monólogos de poner los pelos de punta y la carne de gallina de Guinea es la del alcalde de Madrid. Atentos a la narración pero silencio porque peligra la vida del artista. Gallardón contraprograma a Wagner en un último intento por hacerse notar, y como en el drama de Tristán las circunstancias le arrastran a cometer un acto que no quería, (porque en realidad siempre se mostró proclive a apoyar a su partido y dispuesto a lo que dijera el jefe; salvo que el jefe dijera lo contrario a lo que él pensaba. Entonces no). Lo que le falla a Gallardón es que no ha sabido calcular el final de su puesta en escena, de ahí el enfado en Génova y de ahí que luego reconsiderara su dimisión en otra noche amarga. Pero es que cuando una tragedia dura más de un año pierde intensidad y se convierte en triste gotera, porque todo cansa y a todo se habitúa uno.
La Ópera de Gallardón consiste en un personaje que amaba tanto a su ciudad que fue capaz de jugársela a las cartas con Rajoy, Aguirre y Acebes. Y perdió el envite que él mismo planteó; Aguirre dijo veo y dos más. Pero en lugar de replegar velas lo que hizo es poner por delante su orgullo e interpretar un llanto seco de falsa lágrima de cocodrilo de tienda de todo a un euro. Y, en lugar de apoyar la causa de su jefe, se reserva la facultad de marcharse cuando los niños de San Ildefonso hayan cantado los resultados de la noche del 9 de marzo. En caso de perder Rajoy, Gallardón además de marcharse le pediría el libro de reclamaciones y una pensión compensatoria por abandono del hogar político. Éste era el alcalde que tanto amaba Madrid y cuya vara le hacía sentirse el más feliz entre los dichosos, pero que con la rabieta demuestra que la ciudad era un trampolín, pero cuando uno tiene vocación de torero popular es normal que tienda al salto de la rana.
De repente se ha asomado a la legislatura y le ha dado un vértigo atroz pensar que le quedan tres años de alcalde de Madrid y que Pizarro le ha robado el protagonismo para el que tanto había ensayado. Gallardón recuerda a ese personaje de ?La Colmena? que repetía su discurso para cuando fuera elegido académico de la Academia de Jurisprudencia, y que invitaba a café con leche a cuantos quisieran escucharle en el Gijón. Ha calculado que le quedan tres años más de darle la mano a los Reyes Magos en la cabalgata y de perseguir ratones por el despacho, de ahí la pena. No es justo. A ver quién le paga ahora el traje, el convite, los anillos y el salón de bodas que tenía alquilado para el caso de ser la novia elegida. Su buena voluntad le llevó a no firmar un contrato de arras y Rajoy le ha dejado sólo ante el altar. Tanto asomarse a la ambición hasta que se ha despeñado. La publicidad de la DGT decía: ?él nunca lo haría?.
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