Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Todavía hay mucho cenutrio que confunde la libertad de cátedra con la idea de que el colegio es suyo y hace en él de su capa un sayo. Sólo así se explican las obras en el Sagrado Corazón que han llevado al desplome del salón de actos sobre unas aulas de primaria. Decir que se ha evitado la tragedia no es especular con el futuro sino una realidad sangrienta; de haber tenido actividad el colegio otro llanto nos ocuparía. Han caído cascotes que no han herido a nadie, (porque era jornada no lectiva), pero ahora deben caer responsabilidades como vigas de hierro en el lomo de sus rectores. Por un lado tenemos a la dirección del colegio que instaló unas canastas en la azotea sin un estudio sobre pesos y cargas; por otro a la empresa que construye un aparcamiento y un polideportivo en el patio; y por último a la Gerencia de Urbanismo de la Comunidad de Madrid que para inspeccionar sólo tenía que cruzar la calle. Unos por otros y el techo hasta ceder. Si lo hubiera hecho la semana pasada, en pleno festival de Navidad, las consecuencias habrían sido espantosas.
Cenutrio es quién sostiene que no pasa nada cuando luego la realidad le llena de polvo de cascotes la mesa de su despacho. Cenutrio es el que aprueba que las canastas se pongan en el último piso. Cenutrio y desalmado y descorazonado es quién pone en manos de la divina providencia el destino de los alumnos, y luego confía en el ángel de la guarda lo que no ha sabido hacer como custodio de la integridad de un centro educativo. Está claro que inaugurar colegios da votos pero preocuparse por su mantenimiento no. Hasta podríamos preguntarnos si la Comunidad puede desamortizar un centro mal gestionado en beneficio de la seguridad.
Estamos ante un suspenso rotundo de la dirección. Ya me dirán las garantías que tienen los padres de que no se vuelva a desprender otra parte del edificio al que se pretende devolver la normalidad como si todo hubiera sido producto de un rayo casual. El hermano Bernardo que apareció a dar la cara en los teletipos de agencia, y que se mostraba ?asustado?, puede multiplicar su temor por quinientos para hacerse una idea de cómo se sienten los padres de los alumnos. Si para unos se les derrumba el negocio para otros se les cae la confianza a los pies, máxime cuando debajo de la chapuza están las clases de primaria, de unos niños pequeños a los que sólo la mano de Dios les ha sostenido el techo para que no se les cayera sobre sus cabecitas inocentes.
Urge una explicación con datos, una respuesta administrativa ejemplar de castigo a los culpables y un relato de los hechos convincente para las familias que tienen a sus hijos bajo ese techo durante la jornada escolar. Más cabeza y menos corazón, señores. El director, como el capitán de un barco, es responsable de quienes estudian (y navegan en el conocimiento) dentro de él.
Compartir: