Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS
Sólo en la ciudad de Madrid se produjeron cerca de trescientas reyertas que debemos contar en el debe de la Navidad. Dicen que el factor determinante es el alcohol mezclado con las reuniones familiares; por lo tanto el Gobierno que está en todo debería prohibir a la familia como centro de conflicto intergeneracional. Si no fuera por el efecto del encuentro fraternal, cuñados y cuñadas no se verían en el trance de discutir por lo que uno nunca sabe.
Hace unos cuantos años, cuando los serenos araban las calles con un chusco traído de los montes de Asturias, en la ciudad se discutía sobre fútbol, pero ahora el efecto del calentamiento global se nota. Los hay que no soportan una crítica a Rajoy, o a Zapatero, y se tiran a la cabeza las encuestas y las intenciones de voto. Somos un pueblo de conflicto que se alimenta de garbanzos todo el año y de pularda en Nochebuena. Y al que le va la marcha de tener la razón por encima de los demás, (que en caso de no tenerla serán reconducidos a palos hasta que el mono recite el catecismo). Y eso que era Navidad, sólo una reunión de pandereta que apenas iba a durar el tiempo de una cena.
Ahora se entiende por qué los romanos están presentes en el belén, para defender el Portal de las agresiones de los familiares cuando comienza la berrea de los iracundos.
El año que viene van a poner los anuncios en los paneles de la DGT avisando del peligro: ?en la Navidad del año pasado cuarenta parientes se rompieron la crisma. Precaución en familia?. Y en la misa del gallo un antibalas para el monaguillo.
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