El esqueleto de la venganza

Por: RAFAEL MARTÍNEZ-SIMANCAS

La baronesa Thyssen fue a bautizar un burro a la reserva de la Asociación para la Defensa del Borrico a la localidad cordobesa de Rute. Carmen Cervera eligió un pequeño rucio muy al estilo de Platero al que puso por nombre ‘Gauguin’. De vuelta, se trajo a Madrid la escultura de un dinosaurio con cabeza de asno que lleva por nombre ‘Ruiz-Gallardón’.
Hay que ser muy baronesa para ir a bautizar un burro a la reserva de ADEBO, en Rute (Córdoba), y volver con una escultura de un dinosaurio con cabeza de asno al que han llamado Ruiz-Gallardón. Pero Carmen Cervera es una mujer impredecible y muy seguidora del arte, como es del común de los mortales. Si a todo esto añadimos que el monte donde se asienta la reserva es llamado El Canuto, se podrán entender algunas claves alucinógenas del relato. Tita llegó de la mano de Carmen Calvo para conocer la obra que desarrolla Pascual Rovira, presidente de ADEBO, personaje habitual de las tertulias de Jesús Quintero y al que Tico Medina definió como «el señor de los asnillos». En ese paraje tuvieron borrico apadrinado Alberti y Cela, y en la actualidad son arrieros honoríficos desde Antonio Gala a Raúl del Pozo pasando por Marina Castaño, las Ketchup o Moratinos. Se trata de un paisaje lorquiano desde el que se divisa el interminable mar del olivo y hasta el que llega un poderoso olor anís del pueblo. Si José Luis Cuerda hubiera conocido Rute seguro que habría rodado allí Amanece que no es poco; todo es surrealismo mágico como aquella historia que le apasionaba a Cela del día en el que Jesús se le apareció a una beata fumando Ducados. O la del municipal que multó a un perro que iba de paquete en una moto por no llevar casco. Rute es limítrofe con Iznájar, pueblo del actual presidente de la Generalitat y donde Franco inauguró el último pantano.

Tita eligió un pequeño rucio muy al estilo de Platero al que puso por nombre «Gauguin», que es apelativo muy pintón para un asno con aspiraciones aristocráticas, casi nada. Ceremonia que empezó con anécdota porque tanto Anselmo Córdoba como Rovira, (Pascual… no el otro), olvidaron el anís Machaquito y tuvieron que improvisar un recipiente con hojas de romero y agua. Así que Tita bautizó al pequeñín, que a partir de ese momento se convertía en uno más de los Thyssen, (no es malo tener un pariente burro, es peor que tus hijos te den coces en las revistas del corazón; a fin de cuentas ¡quién no ha rebuznado alguna vez en su casa!). Tita, abanderada de la causa clorofílica, se comprometió en el cuidado, manutención y crecimiento del animalito; quién sabe si estudiará en Suiza en algún colegio políglota al que le dejen entrar a cuatro patas y con las orejas grandes que tiene los hijos de familia bien. Para cuando el diputado Francisco Garrido haya concluido el proyecto Gran Simio, Tita le puede prestar a «Gauguin» para que comience con el Gran Asno, sin duda que una burrada para reivindicar el buen nombre de un animal que hizo de perfecto secundario en «El Quijote».

También estaba el autor de la Sinfonía para un Burro, el pianista Carlos Testamanzi, (perteneciente al club de opinión «Agita tus ideas») y el escultor malagueño afincado en Rute, José Cano Mancilla. La obra de Mancilla le llamó la atención a Tita, entre otras cosas por las sabias recomendaciones que le daba la experta en arte contemporáneo, Alicia Aza. Así que la baronesa se fijó en la gran escultura de hierro que simboliza a un dinosaurio con cabeza de asno y se la compró por 1.200 euros, algo más del salario mínimo interprofesional pero poca cosa para una amante del arte con poderío. El autor estuvo rápido; antes de que le preguntaran cómo se llama la escultura respondió: «Ruiz-Gallardón, el gran faraón». Cano Mancilla es un tipo con gran sensibilidad artística, no en vano le llaman el poeta del hierro que es una metáfora de la siderometalurgia posmoderna.

Así es como el esqueleto pasó a formar parte del patrimonio Thyssen en una mañana en la que salió a bautizar a su asnito y acabó con un dinosaurio, la vida del aristócrata es «asín». Cuando el coche de Carmen Cervera descendía por la carretera de «El Canuto» se escuchó la voz de Pascual Rovira: «¡acuérdese de que lleva a Gallardón en el maletero, cuidado con los baches!». Una enorme meada de «Gauguin» Thyssen hizo un surco en el suelo como remate de una jornada feliz. Nunca sabrá ese burro lo que le debe a Carmen Calvo, y ese dinosaurio a la casualidad artística.

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